A fines de año se desatan ciertos descontroles en materia de excesos.
Dicen: Ese señor sabe tomar. Agrego: Están los enfermos que no saben dejar de tomar.
A través de mis columnas, sin remilgos, he desnudado mi afición y lo notan en mis escritos.
Una tarde subiendo por Providencia a la altura del café Haití, entre Luis Thayer Ojeda y Tobalaba, mi madre de 83 años, recoge una fuerza increíble y me arroja con mis 85 kilos al quiosco. Quería sus cigarrillos, que perfectamente podríamos hacer adquirido al interior del local.
En este caso es una adicción cotidiana, común como la del azúcar, a la marihuana y psicotrópicos como el clonazepan (que al cabo de un año tiene el efecto de una caluga pero la cabeza lo exige).
En mi caso personal, a veces no pruebo licor durante meses, diría que este año en cinco oportunidades he perdido el norte.
En un almuerzo me ponen una copa por delante; después ya no paro y a la mañana siguiente necesito imperiosamente que sean las nueve en el supermercado o las diez en el Lommits.
Uno vuelve repetirse; después paro o me largo y que me saquen de ésta porque solo no puedo.
Entonces han aparecido mis hijos mayores o amigos y me recogen donde este y me mantienen en sus casas dos días para volver al hogar.
La situación es incomoda porque la recuperación es cada día más lenta, con mayores causas para el sentimiento de culpa porque se empiezan a repasar las curaderas que son generalmente cajas de vino blanco o mango sour.
Y como soy pasoso, trátese del vino o del ajo, hasta tres días después hay un halo en torno a mi persona. Es horrible.
No es que me haya programado a beber, salvo honradas excepciones o en la juventud con amigos: tomemos hasta que nos caigamos.
Nada más ridículo que aconsejar: debes dejar de…es hablarle al aire. Las personas deben ser privadas de la libertad de acceso, aunque signifique estar en un hogar como lo estoy. Sé que cuando me han dejado ir fuera de Santiago, salvo en dos ocasiones pude no ser víctima de mí mismo; en otras tres han tenido que ir a buscarme…
En varios cursos de terapeuta en adicción, breves siempre, aprendí mucho sobre esto y los efectos de la dopamina; sus exigencias.
El azúcar te engorda, puede inducir diabetes pero demora en matarte; la marihuana he visto la consumen mucha gente septuagenaria.
En Colina, en un centro terapéutico, puse un poco de leche en polvo sobre una agenda negra. La audiencia escuchaba. Apenas alcance a decir que este polvo ocasiona más muertes, secuestros y males en el mundo que cualquiera y mueve un dineral. No había terminado las palabras cuando una asistente se desmayó, otras dos comenzaron a sudar. Síndrome de privación.
Entonces, lectores, en lenguaje convencional: no hay que culpar así como así al que sufre la locura de la adicción, porque es un estado insano, incontrolable.
Y por eso estoy en un hogar y aun así, a veces me baja la desesperación y si casualmente está abierta la puerta de entrada, me escabullo y me tomo dos botellas de mangos al seco. A veces no alcanzo a llegar a la caja y salgo por los pasillos cuando el guardia mira hacia el otro lado.
A estas alturas no podemos andar sueltos. La gente te viene a buscar y te trae, el resto es entregarte al desenfreno.
No defiendo al alcohólico, simplemente repasen la historia; la mayoría bebemos sin que nos guste, sino por otros motivos, evasión, miedos, aburrimiento. Es un impulso, como mi madre que casi me bota al suelo por un Hilton.