Es el gol olímpico de Mega en la presente temporada. Son reyes absolutos en el horario prime. Ningún canal los supera en ratings enseguida de los noticiarios. El éxito de su teleserie recuerda Pampa Ilusión, Romané, Los Pincheira, Machos, ¿Dónde está Elisa?, y, por cierto, la ya legendaria e insuperable Madrastra de Arturo Moya Grau en 1981.
¿En qué atributos radica la espectacular acogida de Los Hijos del desierto?
Por todos lados saltan sus aceitados resortes dramáticos. Empezando, a diferencia de casi todas nuestras novelas que después del debut deterioran su calidad, el folletín del holding Bethia, mantiene su calidad a medida que transcurren los capítulos. La sociedad entre la producción de Patricio López con la dirección de Patricio González es plena de aciertos: desde la réplica escenográfica del barrio porteño en Curacaví, en el mejor estilo del mundo de fachadas ficticias en estudios cinematográficos de Hollywood, pasando por un atinado lenguaje de imágenes, esmerada iluminación, cuidado vestuario, ambientación sonora, maquillaje y caracterizaciones, utilería.
Otro de sus logros es la construcción de diálogos. Constante debilidad criolla abundante en hueca y gratuita palabrería. Esta vez, los libretistas han desarrollado capacidad de síntesis y ajustada dosis de información, contribuyendo al suspenso y ritmo de la trama.
Digna de elogio es la elección de su motivación histórica: la matanza de la escuela Santa María, ocurrida el 21 de diciembre de 1907 en Iquique, perpetrada por el general Roberto Silva Renard, bajo el gobierno de Pedro Montt. Masacre oprobiosa que gracias a la Cantata de Luis Advis, el grupo Quilapayún, la interpretación de Héctor Duvauchelle, permanece inalterable en el imaginario nacional.
Frente a tanto mérito artístico explico el título de esta columna. Debido a que su calidad me convirtió en cliente nocturno, reclamo porque son tantos los avisos publicitarios que la acompañan que me dificultan el seguimiento de la trama. Además, como suelen recurrir al emplacement subliminal y aparecen sus protagonistas en medio de las extensas tandas, se provoca una confusión que atenta contra su continuidad. Entiendo que se trata de TV Comercial, autorizada por Pinochet al momento de su despedida, pero el derecho al pataleo, a la protesta es sagrado.
Con reloj en mano he llegado a la conclusión que el tiempo dedicado a los avisos en casi igual al dedicado al teledrama. Detallo: entre la exhibición del resumen del capítulo anterior y los títulos pasan dos o tres minutos: enseguida vienen 23 o 24 menciones que consumen 9; después emiten, a veces quince, otras veinte minutos de la serie que también incluye huinchas al pie con llamadas; ocurre otra tanda comercial de ocho o nueve minutos que antecede al cierre y se concluye con las rutinarias escenas de adelanto. Aproximadamente, la sumatoria es de veinte más minutos de comerciales y casi igual cantidad de desarrollo serial.
Entiendo que no existe reglamento regulador al respecto, pero como dice el refrán: bueno el cilantro, pero no pa tanto, porque tanto comercial hasta impide disfrutar de las actuaciones de Marcelo Alonso, Francisco Melo, Gastón Salgado, María José Weigel, Paola Volpato, Jorge Arecheta, Claudio Arredondo, Otilio Castro, Paloma Moreno y Rodolfo Soto que encarna al desagradable malo, el rati Cárcamo.