En la plaza Uruguay que frecuento normalmente, a cuadras de mi casa en Providencia, como les he contado, me encuentro con un exalumno de tiempos en que hacía clases de Radio, Cine y Televisión, en la Escuela de Publicidad y Comunicaciones de la Universidad Técnica del Estado. Ocho años fui docente del plantel hasta que vino el Golpe. No es primera vez que nos vemos. Siempre abordamos tópicos de actualidad. Él es funcionario jubilado de Cancillería. Esta vez, lógicamente, saltan a la palestra los 17 millones de pesos mensuales que cobraba Marcela Cubillos por hacer clases y otros menesteres en la U San Sebastián. Amable, me saluda:
-¡Cómo han cambiado los tiempos! Ahora los profe cobran millonadas por hacer clases y usted muchas veces, cooperando con algún malón de fin de semana, nos endosó su cheque para contribuir a su financiamiento.
Sonriente, retruco;
-Es que los sueldos eran muy bajos. Se pagaba poco por la hora de clases. No alcanzaba para nada. Prácticamente se trabajaba por el honor de ser académico universitario. El ejercicio de la cátedra vestía. Daba prestigio. Era reconocimiento a una trayectoria profesional.
-¿Y cuándo cambiaron las cosas? es su lógica reacción.
En síntesis le expongo:
En mi parecer, fue la aprobación de la LOCE (Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza) de 1981, durante la dictadura, permitiendo a empresarios privados la creación de universidades, institutos profesionales, centros de formación técnica, el brulote que hizo arder los controles del sistema formativo superior. De él, a medida que transcurrió el tiempo, fueron aprovechándose moros rojos y celestes cristianos: ayer, los escándalos sacudieron a la ARCIS, hoy la pirinola de la ruleta se detuvo en la derechista San Sebastián.
El diálogo se extiende.
-Hasta Yerko Puchento, vestido con toga y birrete, en la tele la tomó para el tandeo, me acota carcajeando.
Su alcance me traslada a pretéritas jornadas gloriosas en que los catedráticos por amor a su universidad abrazaban la misión pedagógica. Nobleza pura. Intelectualidad virtuosa. Generaciones idealistas. Conductas románticas. Siendo alumno de Periodismo en la U de Chile, no imagino al gran sociólogo Astolfo Tapia, discutiendo emolumentos; tampoco al historiador Leopoldo Castedo mezquinando un par de chauchas; ni al economista Aníbal Pinto que me mató el hambre en París, peleando una liquidación. Tampoco a Ramón Cortés Ponce que sacaba a farrear a todo el curso y después, a las ocho de la mañana, los obligaba a asistir atentamente a sus enseñanzas, reclamar por sucios escudos.
Seres de otra madera. En una Escuela dueña de un moderno edificio donado por la benefactora Clara Rosa Otero, propietaria del diario El Nacional de Venezuela, pero carente de equipamiento técnico, sin la filmadora de Raúl Aicardi en 8 milímetros y sus correspondientes rollos, jamás habríamos conocido los secretos cinematográficos.
Al lado de estos ejemplos de tanto desinterés y noble entrega docente, el caso de los 17 millones mensuales de Marcela Cubillos, semeja un chiste digno del Toni Chicharrita, famoso en tardes del circo Las Águilas Humanas. Ignoro si en los próximos días afectará en su postulación a alcaldesa por La Condes; sí estoy seguro que obtendrá menos votos de lo planificado y que, en consecuencia, sus sueños por saltar a La Moneda deberá guardarlos. En todo caso, a mí sirvieron para recordar la belleza de las creaciones de Julio Cordero Vallejos y Julio Barrenechea cuando en 1939 y 1942, época del rector Juvenal Hernández, respectivamente, dieron forma a los versos que hasta hoy representan el alma mater de la Casa de Andrés Bello. Empiezan:
Ser un romántico viajero/ y el sendero continuar (…) y Egresado, maestro, estudiante/ vibre entera la Universidad (…)
