Un par de semanas atrás mi amigo Ricardo Stuardo, abogado, ex productor teatral, me cuenta de la muerte del destacado compositor Hernán Álvarez. Agrega que, considerando que su condiscípulo del liceo Barros Borgoño, fue ganador en 1965 de la sección folclórica del Festival de Viña de Mar con el popular tema Mano Nortina y cinco veces segundo con títulos como De allá soy yo, Atacama en San Pedro o Cordillera Americana, no habiendo visto ni escuchado en ningún medio la funesta noticia, optó por escribir unas líneas a El Mercurio. Pasaron los días y ¡Era que no!, el en el decano de la prensa tampoco publicaron párrafo alguno.
Los viejos no son noticia. A las nuevas generaciones del periodismo de espectáculo, quién fuera además uno de los representantes del importante movimiento la Nueva Canción Chilena, simplemente no existió. Para ellos, Kiko, como también le decían, a pesar de haber integrado una de las generaciones más brillantes de nuestra música, carecía de significación artística. Su lápida era el tétrico olvido. Hombre sencillo, generoso, fiel a su legendario barrio San Diego, por su aporte creativo a la estirpe que reivindicó nuestra música identitaria, ocupa puesto de honor junto a los Luis Advis, Sergio Ortega, los Parra, Mans, Jara, Grondona, Rodríguez, la Charo, los del Quila y el Inti,
Acaba de partir Benjamín Mackenna y en los clavijeros guitarreros colgaron crespones negros. Hubo arpas quejumbrosas y panderos silenciosos. El más emblemático de Los Quincheros apagó su garganta. Plena cobertura comunicacional.
Después de pertenecer sesenta años al célebre conjunto, hace cuatro temporadas pasadas había declarado: Hay que saber retirarse. He cumplido un ciclo y estoy muy orgulloso de lo que hemos hecho. Sabias palabras para resumir la brillante trayectoria nacional y extranjera más brillante de un conjunto folclórico. A sus reiteradas giras por los escenarios más cotizados de Unión Soviética, Estados Unidos, Francia, en el Vaticano del Papa Juan Pablo II y toda América, asimismo establecieron su categoría varias veces en el Festival de Viña. Álamo Huacho en 1963, autoría de Clara Solovera; Qué bonita va, 1964, de Francisco Flores del Campo; El corralero de Sergio Sauvalle los hizo ganadores de Arpas y Liras de Oro.
No obstante sus premiadas actuaciones, en el presente año que se recuerda, la caída del gobierno de Salvador Allende en 1973, fruto del golpe militar, cobra actualidad el suceso de que, también en aquella temporada, se vivió la jornada musical más bochornosa y violenta de la historia de la Quinta Vergara. Quilapayún y Quincheros, comunismo y fascismo, popularísimos, con sus canciones arrastraron platea y galería a una batahola tremenda: volaron sillas, cojines, objetos, piedras. El Festival estuvo a punto de clausurarse. En memoria de Kiko Álvarez y Benjamín Mackenna, ojalá que este febrero no haya desmanes catastróficos y que, en una astuta medida, la organización tribute a ambos merecidos homenajes.