Parece que las cosas no van a cambiar, por lo menos no en el corto y mediano plazo. Por lo mismo, lo más aconsejable es acostumbrarse a convivir con un país diferente, peligroso y donde la mayoría se siente atemorizada y desprotegida.
Vamos a tener que aceptar que en algunas noches y en diferentes sectores, se realicen inexplicables carreras de autos, con gran asistencia de público. Que si en la mañana salimos con celular, podamos volver sin él. Igual cosa nos puede suceder con el auto o el reloj. También es posible que lleguemos a casa maltrechos, por una agresión para robarnos.
En las calles, veremos una inmensa cantidad de vendedores ambulantes que nos ofrecen de todo, hasta alimentos preparados en deficientes condiciones higiénicas. Tendremos que aceptar una gran cantidad de extranjeros que se han venido a vivir a nuestro territorio y muchos se sienten dueños de él. Además, salir de noche constituye un riesgo que la mayoría no desea enfrentar.
Los asaltos a casas no ceden y por el contrario aumentan. Igual situación acontece con los supermercados, negocios de ropa,
tiendas de artículos tecnológicos, bancos comerciales y otros. Muchos partidos de fútbol se juegan sin público, para evitar desmanes.
Los homicidios ocurren de manera continuada y los estudiantes se toman los colegios. La droga inunda el país y el crimen organizado se instala cada vez más. La seguridad no existe y la ciudadanía vive asustada. Hay muchas situaciones que incomodan, como las fiestas diarias en edificios, donde los vecinos no pueden dormir. Esto pasa también en plazas y lugares comunes.
En definitiva, nadie respeta los derechos del otro. En este Chile, donde la corrupción manda, nos desarrollamos hoy. Y nadie sabe hasta cuándo tendremos que soportarlo.