Emoción que sentimos al percibir una amenaza real o ficticia y que afecta negativamente el comportamiento y nuestra calidad de vida.
Son muchas las razones que generan este sentir. En el plano individual se multiplican dependiendo de las características sicológicas de cada uno. La oscuridad, la altura, pasar bajo una escalera, al fracaso, al ridículo, son algunos de las situaciones que ciertamente alteran nuestra tranquilidad emocional.
En el ámbito colectivo, también se produce el miedo, generado por ejemplo por la naturaleza, con los verdaderos desastres que ocasiona, como los temporales, movimientos telúricos, erupción de volcanes, inundaciones y otros. El hombre tampoco está ajeno a este tipo de efectos, al provocar guerras, revoluciones, dictaduras, en que se impone la voluntad e intereses de minorías por sobre la de la población.
Sin perjuicio de lo anterior, este sentir colectivo también se genera por el deterioro de las condiciones de vida en un momento dado y que lamentablemente se traduce en temor, tanto por lo que ocurre como por las inquietantes expectativas para el futuro, en un angustiante y relativamente lento proceso.
Si analizamos objetivamente los problemas que nos afectan, fluye con claridad el extraordinario incremento de la delincuencia, en que cada cual ha sido víctima directa o al menos uno de sus familiares o amigos lo ha sufrido. Esto no se había visto nunca en nuestro país y hoy es primera noticia en los medios de comunicación, cuya participación contribuye eficazmente a incrementar el temor. Ya no se trata solo de un robo, “cartereo”, de alguna agresión o una ocasional muerte producto de esas acciones, sino que se mata por encargo, se asesina incluso a carabineros, sin perjuicio de los llamados portonazos, motochorros y otros, con la siniestra aparición además del crimen organizado y bandas jerarquizada provenientes del exterior.
Algo similar lo encontramos con las drogas en que la existencia de casos en nuestro entorno a nadie sorprende, viendo con estupor padecer de este mal a un número cada vez mayor de personas, en especial de menores. El tráfico de estupefacientes no solo ha aumentado, sino que se ha diversificado, incorporando pastillas de fácil producción con lo que el problema ciertamente se agudiza.
Factores de temor también los encontramos en los sistemas de salud, educación, previsión social, que ciertamente nos afectan y cuya proyección se hace cada vez más inquietante. Si a lo anterior agregamos la situación económica, de inversión y crecimiento del país con indicadores muy negativos, naturalmente el problema se ve incrementado inevitablemente.
Uno de los efectos del temor colectivo es el pesimismo, con lo que se hace incierta la reacción de la población, recurriendo a posturas extremas e irracionales como la violencia en sus diversas formas, dando origen a movimientos que en la desesperación colectiva, encuentra adeptos en gran cantidad. Estos, invariablemente, aprovechando una mayoría circunstancial, desarrollarán acciones, que la historia ha demostrado han sido un rotundo fracaso y con muchos años de sacrificio para superarlos.
Resulta de toda evidencia que el Estado, que comprende al Gobierno, Parlamento y el Poder Judicial, ha sido absolutamente incapaz de solucionar los problemas por muchos años, y nada augura un cambio, si por ejemplo pretendemos que haya acuerdos para gobernar, con más de veinte partidos políticos cuyas visiones e intereses entre ellos son muy distintas. Hace poco el Parlamento aprobó casi unánimemente una ley sobre las Isapres y en declaraciones posteriores de la mayoría de sus integrantes, convenían en que se trata de una muy mala ley. ¡PLOP! ¿En qué estamos?, ¿vamos para atrás o para adelante?
En este desolador panorama se hace necesario la participación decidida de la población, que de una vez por todas al momento de elegir a sus representantes, lo haga por los mejores, para lo cual se hace imperioso analizar en profundidad lo que conviene. No olvidar que esta oportunidad es sino la única, la más importante, pues al votar lo estamos haciendo por quien debiera actuar como nosotros lo haríamos si ello fuera posible.
Nos asiste el derecho absoluto de pensar como a cada cual le plazca y apoyar a aquellos que considere lo representan. El punto es que, cualquiera sea la postura, nadie podría negar que lo expuesto anteriormente se aparta de la realidad. Consecuentemente, al momento de votar, no habrá motivo alguno para que lo haga sin considerar objetivamente, que el elegido deberá contar con los atributos suficientes como para ser un efectivo aporte para superar esta difícil situación, en contraste con lo que actualmente ocurre, que en su gran mayoría…sobra.