Ese Santiago limpio, ordenado, atractivo, cálido y acogedor ha desaparecido totalmente. Los lugares públicos, parques, plazas, sitios de descanso y esparcimiento, están invadidos por los vendedores ambulantes (comida, bebidas alcohólicas, ropa y lo que venga), con carpas que hacen distinto el lugar y con fiestas los fines de semana que tienen despierto a todo el sector por el alto volumen de la música.
El licor y la droga son los protagonistas de estas reuniones, donde el desenfreno y la irracionalidad se imponen en jóvenes que no saben para donde van ni lo que desean hacer y que gozan provocando y desafiando lo establecido y lo tradicional.
Además, una cantidad de extranjeros nunca vistos antes y que en una gran cantidad no vienen a engrandecer nuestro país, ya que sus intereses son otros y tienen que ver con el robo y la delincuencia.
El centro de nuestra capital ya no es el mismo. Hay muchos locales cerrados y paredes pintadas con frases desafiantes. En la Plaza de Armas, la prostitución y el sexo libre es 24/7.
Sé que en otras ciudades pasa lo mismo y que la delincuencia, el narcotráfico y el crimen organizado se imponen. Lamentablemente, solo nos queda el recuerdo nostálgico de “un Santiago que se fue…”