Jamás sospeché que imágenes tan amargas regresarían a mi cerebro tres años después. Ya retornado a Chile, gracias a amistad nacida con Alberto Guerrero, director, en tiempos pioneros en que él leía las noticias de cierre del Canal 9, ejercí de editor del suplemento Estreno de La Tercera. Los días viernes arrasábamos con el tiraje, vendiendo entre 120 y 150 mil ejemplares mientras el Wiken de El Mercurio alcanzaba 60.000.
Plena dictadura. Control absoluto del país y por cierto de los medios de comunicación. En especial TVN y su noticiario 60 Mentiras. Enrique Maluenda había regresado en 1976 desde Puerto Rico para animar el show Dinglondango, dirigido por Eduardo Ravani, Fernando Alarcón y Jorge Pedreros. El proyecto de entretención destinado a derrocar a Don Francisco no prosperó. Corta vida que dio paso al Festival de la Una en que Maluenda, aprovechando su experiencia sesentera en su exitoso Hit de la Una realizado en Panamericana TV de Lima, se sentía como pez en el agua.
De fuerte personalidad, singular estilo, bagaje internacional -fue el primer chileno transformado en ídolo de la teleplatea hispana en USA con su Super Show Goya emitido desde Puerto Rico- tuvo la astucia y olfato para ofrecer al público las figuras y contenidos con los que se identificaban. Juan Romero fue el eficaz productor. El humor de las compañías de revistas: Daniel Vilches, Mino Valdés, Gilberto Guzmán, Pepe Tapia, arrancaban carcajadas a la hora de almuerzo; abundaban clubes de abuelitas; simples concursos regalaban productos comestibles. Entre los cantantes abrió cámaras a personajes postergados: el gitano Nazlo Nicolich, Luis Alberto Martínez, Mónica Val, Magaly Acevedo y, por supuesto, Zalo Reyes.
Sin proponérselo, había abierto una brecha social en la estructurada programación dictatorial. Incluso, yendo más atrás, ni en tiempos de la tele universitaria, el barrio con sus ídolos de conventillos, sus sentimientos llorados, cantos de corazones partidos, tuvieron espacio en la pantalla. Canciones de amargue, llaman en las Antillas a aquellas que se sufren libando copas de licor. A todo ese universo social otorgó presencia televisiva el pueblerino Festival. Frente a tanta aceptación, desde los estudios KV, el canal católico respondió con Éxito dirigido por Alfredo Lamadrid y liderado por el Pollo Fuentes.
Además, hábil empresario, con esa misma troupe artística, Enrique se cansó de recorrer el país llenando carpas, gimnasios, estadios. Zalo fue uno de sus regalones. Sólida amistad que el gorrión de Conchalí resumía bautizándolo Cacique poca plata, pero segura.
Jorge Pedreros, productor, astuto, inteligente y conocedor del público, comprendiendo que había nacido una nueva realidad socio política audiovisual, en agosto de 1982 contrató a Zalo para que actuara en Permitido, animado por Antonio Vodanovic y dirigido por Sergio Riesemberg. Respaldado por un presupuesto millonario, el estelar se caracterizaba por exhibir estrellas internacionales que impactaban en los sectores de clase alta. Sin embargo, en esas horas en que la población empezaba a inquietarse por la prepotencia y opulencia de los dueños del poder, lo que requería la dictadura era ganar simpatías en las clases postergadas: el show popular debía convertirse en sutil herramienta para distraer el agobiado colectivo. Y el Chino Pedreros sabía que en la pantalla de la hora de almuerzo estaba la solución.
El debut de Zalo en TVN con sus dichos los de la plaza Italia pa´arriba, cuando vai a venir a verme, chascarros e imitaciones, La lágrima en la garganta, Motivo y razón y Ramito de violetas fueron varios goles de media cancha. El país sólo hablaba de él. Copó medios. Cambió la manera de programar. Cambió su modesta manera de vivir. No cambió de barrio. Se hizo rico. Las peloláis del barrio alto se lo peloteaban. Los horrores dictatoriales pasaron a segundo plano. Creando un rutilante y espontáneo ícono popular, habían logrado su objetivo de seguir adormeciendo a la ciudadanía. En la transparente, ingenua y humilde cabeza del Reyes que conocí en Caracas, ¿habrá surgido alguna vez la inquietud de que el militarismo profitó de su riquísima condición vocal y simpatía de intérprete del cancionero popular?