En el mundo actual da la impresión que para la juventud, la experiencia y los años pasados no corren. O corren muy poco. Los muchachos no se interesan por el ayer y menos por los que participaron en él. Pareciera que creen que el mundo comenzó exactamente cuando ellos nacieron. Todo lo demás les resulta anticuado y obsoleto. En esta nueva visión, donde existe la idea de que todo hay que relacionarlo con la juventud, se llega a situaciones incomprensibles y que de repente llaman a la risa. Empresas prestigiosas han organizado concursos veraniegos que tienen que ver con el tamaño del traste de la mujer, lo que termina transformándola más en un objeto, que en un ser pensante. De una u otra manera, todos quieren captar a los más jóvenes porque son mayoría y, por lo mismo, resultan más rentables. La manera de convocarlos da lo mismo.
Sin embargo, en momentos precisos nos interesa relacionarnos con la experiencia y la sabiduría que dan los años y se nos olvida la importancia de la juventud.
Para una operación, nos preocupa que el cirujano sea un profesional distinguido y que tenga mucho recorrido y éxito en la materia. Si necesitamos un abogado para enfrentar un problema judicial, optamos por una persona con oficio y que tenga una considerable cantidad de juicios ganados. Si nuestro problema va por el ámbito financiero, elegiremos la asesoría de un profesional de prestigio y que lleve muchos años en el mundo económico, y así sucesivamente. No se olvide que cuando subimos a un avión, preferimos que el piloto tenga a su haber muchas horas de vuelo.
¿Cómo es la cosa entonces? ¿Estamos con lo joven o con la experiencia? Seguramente con ninguna de las dos. La juventud es la etapa más hermosa de la vida, en la que desgraciadamente nos falta la madurez de los años; y cuando llegamos a la edad adulta, se nos quedan en el camino el vigor y la valentía de lo juvenil. ¿Se fija que a las dos les falta algo y es indispensable que se complementen… y no se excluyan?
Pareciera que siempre es mejor sumar que restar.