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La Gato se roba serie salitrera

por | May 1, 2023

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La escena que terminó de convencerme del vuelo histriónico de Carmen Zavala, ocurrió hace un par de semanas. En la cantina porteña de Pedro Ramírez, junto al piano vertical coqueteaban Violeta, La Gato,  y Diego, el músico. En capítulos pasados, ella le había hecho ojitos y él, ordenando sus mechones, contestando felizcote. Desde que la amachada, ordinaria y desafiante   pistolera de Los Hijos del Desierto divisó al pianista en el cabaret Pirandelli, empezó a mutar sus modales, a asomar su feminidad. Y, puesto que las canciones hacen milagros, más cuando se trata  de Carlitos Gardel con su letra Acaricia  mi ensueño/ el suave murmullo de tu suspirar/ cómo aquieta mi herida/ todo, todo se olvida/, la transformó en una dulce enamorada; la pareja, dejándose arrobar también  por la melodiosa digitación, confirmó su romance.

La secuencia debe ser una de las mejor logradas a lo largo de los ocho meses de emisiones de la serie inspirada en la tragedia de la escuela Santa María de Iquique en 1907. Al observarla, vino a mi mente el legendario pasaje del filme Casablanca, en el momento en que  Dooley Wilson, acariciando el piano canta Según pasan los años, mientras Ilsa (Ingrid Bergman), recuerda sus días con Rick (Humphrey Bogart) en el Paris éternel.  En ese minuto televisivo, La Gato  fue otra persona: adiós gestos y modales  barriobajeros; sus labios, otrora vengativos, se tornaron sutiles y sus ojos dulces y enamorados  resistieron el primer plano, mientras un rayo misterioso hizo nido en su pelo.

Magnífica. Lo mejor de la serie en materia actoral.

Elogio merecido porque el despliegue artístico de Carmen Zavala fue alcanzado compitiendo con monstruos de la actuación. En el reparto de Megavisión: dirección general de Quena Rencoret, producción  ejecutiva, Patricio López, dirección audiovisual, Patricio González, aparecen pesos pesados de las telenovelas. Nombres con historia. Galardonados cientos de veces en sus dilatadas trayectorias: Paola Volpato, Francisco Melo, Marcelo Alonso, Francisca Gavilán, Claudio Arredondo, Otilio Castro. Al lado de los consagrados, igualmente acaparan aplausos María José Weigel, Jorge Arecheta y, evidentemente, su columna vertebral, Gastón Salgado, encarnando al indomable Pedro Ramírez.

¿Alguna crítica a la producción?

Sí. Aceptando que el juego telenovelesco fundamentalmente trata de encuentros y desencuentros entre personajes, más los quiebres argumentales reveladores de evidencias y  perseguidores del punto seco del suspenso, postulo que, en el afán comercial  de aprovechar tanto interés publicitario, en varios capítulos ha predominado el relleno insulso, el afán de alargar sin ton ni son. Al no pasar nada, la trama guatea, pierde fuerza. Y si a ese panorama, sumamos las insoportables tandas de avisos, Los Hijos del Desierto parecen desorientados.

Al analizar, hay más paño que cortar. Por ahora llego hasta aquí, señalando que, en materia de crítica televisiva, los especialistas no sólo deberían preocuparse del estreno de una telenovela, sino estudiar periódicamente su desarrollo dramático.

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