Seguramente mucha gente desconocía la existencia de Tom Wolfe antes de que la adaptación de su libro Todo un hombre fuera estrenada en la plataforma Netflix.
Conducta lógica porque, aunque en su natal Estados Unidos su fama supera los medios intelectuales, es posible que en el medio local su nombre sólo sea estudiado en ambientes académicos y literarios. Agradeciendo a la serie que tiene al cotizado actor Jeff Daniels encarnando al personaje, la emisión permite actualizar algunos de los hechos que permitieron que fuera famoso más allá de su muerte, acaecida el 2018.
Profesional importantísimo dentro del periodismo moderno y las letras, dejó varios textos. Apenas empezó a escribir en 1962 para The New York Herald Tribune, demostró que su permanencia no sería a la sombra de los grandes reporteros de entonces. Su personalidad, audacia, cultura, dejó huellas e incluso sacudió la estructura orgánica y creativa de Truman Capote y su turbulento A Sangre Fría.
Wolfe, en sus reportajes y volúmenes, se sentó en las reglas gramaticales y en los estilos tradicionales del periodismo. Postuló una redacción distinta. Voló a cielos subjetivos y emocionales. Impuso el periodismo literario. Quiso cambiar todo. Revolucionó formas. Así lo expone en 1973 en páginas de El nuevo periodismo: (…) Estoy hablando de técnica; en cuanto a lo demás, de los personajes a la conciencia moral (o todo lo que pueda ser) depende de la experiencia y el intelecto del escritor, sus intuiciones, la calidad de sus emociones, la habilidad para ver dentro de los demás, su “genio”…y así continúa siendo, tanto si cultiva la ficción como el periodismo…
Profesional brillante, aparte de Todo un hombre, regaló varios textos (La palabra pintada, Los años del desmadre, La banda de la casa de la bomba), en que da rienda suelta su imaginación desbordante para escribir artículos y reportajes ricos en libertad, locura, irreverencia, mañas, ironías, desafíos, críticas, loas, sumisiones. En el afán de ilustrar sus desmanes literarios-periodísticos, hurté algunas líneas de su libro La izquierda exquisita. En ellas describe un rendez-vous en casa del director orquestal Leonard Bernstein y su esposa chilena, Felicia Montealegre:
“Pero todo es correcto. Se trata de criados blancos, no los tradicionales criados negros, sino blancos sudamericanos. En definitiva, los sirvientes tienen suma importancia. Son una obsesión para la Izquierda Exquisita. Evidentemente si das una fiesta en honor a los Panteras Negras, como la que va a dar Ellie Guggenheimer la próxima semana en su duplex de Park Avenue, para los indios o los SDS, o incluso para los Amigos de la Tierra…bueno, entonces, evidentemente no puedes tener un camarero y una doncella negros. (…) Traten de imaginar a los Panteras , o quien sea, con el pelo encrespado y gafas cubanas y prendas de cuero e intenten imaginar a los sirvientes negros con sus uniformes negro, acercándose y diciendo: “Quiere tomar algo, señor” (…)
Eran otros tiempos del periodismo norteamericano,- también de la sociedad globalizada por las redes tecnológicas. Hoy, por menos, descalifican a los artistas que usan o abusan del término negro. Todo cambia, como dice la canción argentina. Confieso que iba a cerrar esta columna escribiendo un párrafo imitando ¡modestamente! a Wolfe en su Izquierda Exquisita. Hasta tenía elegido el palacio viñamarino del cerro Castillo como escenario; las cuadrillas de garzones eran venezolanas o haitianas; corría pisco sour peruano, whisky, vino de exportación, canapés de centolla, pastel de jaiba, carpaccio de wagyu. La reunión, por cierto la presidía Gabriel Boric y abundaban personajes zurdos como Manuel Monsalve, Carolina Tohá, Fernando Atria, Iraci Hassler, Lautaro Carmona, Daniel Jadue, Giorgio Jackson. En un aparte, Irina Karamanos con Camila Vallejos dialogaban: -Lindo tu pañuelo de seda italiana en tono azul añil. -Escogí el de ese color para que hiciera juego con las aguas del océano Pacífico, que nunca han sido calmas…
Pero hasta ahí llegué porque desde cualquier hoyo negro espacial, en buena hora me aconsejaron que haría el ridículo imitando al genial Tom. Por lo tanto, me despido hasta la próxima columna.