A 79 años de recibir el Premio Nobel de Literatura
Según la real Academia Española. Del latÍn ephemeris y este del griego idis, igual propiamente “de un día”. Acontecimiento notable que se recuerda de cualquier aniversario de él.
¿A qué viene el afán de precisar? ¿Qué motiva realizarlo?
Muy simple. Frente a nuestros dos premios Nobel, ¡pocos países lucen tales coronas doradas!, reconociendo mi plena admiración por Pablo Neruda, confieso que nunca he comprendido porqué a Gabriela Mistral no se le trata con igual cariño oficial ni se le otorga idéntica cobertura informativa. ¿Será que no tiene partido político que la ampare? Menos que, tal desdén, sin planificarse, inconscientemente se haya proyectado al pueblo. Citando el término de moda: ha vivido casi al borde del ninguneo.
Siendo estudiante jamás comprendí que los profesores de castellano destinaran más horas a ensalzar a Neftalí Reyes Basualto que a Lucila Godoy Alcayaga. ¿Cuestión de terruño original? ¿De ascendencia? ¿Más influyentes los bosque sureños que los áridos montes nortinos? Tal vez, desigualdad para evaluar representantes de dos docencias mirando en menos a la sufrida maestra primaria del valle del Elqui ante el rumboso profesor del Instituto Pedagógico universitario.
Seria, rígida, la imagino en los años veinte, caminando por las míseras calles del barrio Franklin para impartir enseñanzas en el Liceo 6 de niñas del Matadero. Él, en tanto, al regresar de las bucólicas jornadas javanesas indonésicas, convirtiendo en fiestas de alcohol y jolgorio las noches capitalinas con su séquito de cófrades escritores.
Dos personalidades distintas que la leyenda día a día acentúa. Avatares ambos. Iluminados por soles diferentes. Seducidos por metas filosóficas opuestas: marxismo versus esoterismo. Si alguna vez se rozaron fue en fronteras europeas de inicios de los treinta. La autora de Todas iban a ser reinas y Desolación, con la inteligencia que le prodigaba ser quince años mayor, nacidos en 1889 y 1904 respectivamente, sin aspavientos, se hizo a un costado para que el Pablo de Estravagario y Canción de gesta, sediento de gloria, se quedara con el cargo diplomático en el bullicioso Madrid. En silencio, serenamente, dotada de sobriedad religiosa, ella optó por las apacibles callejas lisboetas.
Tal temperamento la acompañó siempre. Al igual que su amor hacia los pueblos de América y su compromiso con el estudio de las raíces lingüísticas. Así se desprende de sus palabras expresadas el 10 de diciembre de 1945 al recibir de manos del rey de Suecia, la distinción jamás homologada por vate latinoamericano:
–Por una venturanza que me sobrepasa, soy en este momento la voz directa de los poetas de mi raza y la indirecta de las muy nobles lenguas española y portuguesa. Ambas se alegran de haber sido invitadas al convivio de la vida nórdica, toda ella asistida por su folclore y su poesía milenaria (…)
¿Verdad que esta efeméride o acontecimiento cultural de celebración de 79 años de recepción de nuestro primer Premio Nobel, este martes 10 de diciembre, mereció ser difundido por los medios de comunicación? En el decano de la prensa en su sección cultural y columnas recordatorias empecé a buscar con días de anticipación y no apareció línea alguna. Sinceramente, creo que era noticia importante. Argumentarán que se están reservando para los festejos ochenteros del próximo año. No obstante, tengo la impresión de que a nuestra gran poetisa se le continúa ninguneando como ocurrió a lo largo de toda su existencia. Ojalá esté equivocado.