Determinante para la estabilidad emocional
En términos simples, se refiere a la capacidad que tenemos para soportar la espera por los resultados de una situación que, durante un tiempo indeterminado, nos mantendrá en la más absoluta ignorancia sobre su desenlace y que en alguna medida nos afectará. Naturalmente que el nivel de inquietud que nos produzca, dependerá de la trascendencia del hecho, pudiendo comprometer seriamente nuestro sistema de vida o pasar prácticamente inadvertido.
En la medida entonces, que la situación adquiera una mayor trascendencia, durante este período de espera, la preocupación se irá incrementando, alterando significativamente nuestra estabilidad emocional, con la aparición de la incertidumbre, temor, ansiedad, angustia, lo que a su vez generará un estado de conmoción difícil de soportar. Esto último puede llevarnos a la impaciencia; esto es, a la desesperación y pérdida de racionalidad de nuestros actos, e incluso a la violencia.
Es claro que los acontecimientos son variados y su importancia relativa también lo es, abarcando situaciones que pueden afectarnos en forma determinante, como el nacimiento de un hijo, por ejemplo, o bien algo tan trivial y frecuente como las torpezas en que incurre nuestra clase política, lo que normalmente antes nos producía rabia, pero ya ni siquiera llama la atención, al punto que continuamos eligiendo a los mismos. En este último caso, “la suerte está echada”
En este punto aparece la paciencia, especialmente ante casos de importancia, como una invitación para enfrentar los acontecimientos con la mayor templanza posible, pero lamentablemente no nos entrega alguna receta o recomendación para lograrlo, por lo que debemos recurrir a la ayuda de la sicología, que nunca se ha caracterizado por ser muy fácil de asimilar sin la presencia del correspondiente especialista, lo cual incorpora un nuevo elemento de inquietud al problema, en este caso de orden económico.
En problema entonces, con o sin ayuda, es cómo lograr ser prudente, mantenerse tranquilo, dormir lo más posible, ser ponderado, a la espera del desenlace de un hecho que puede hacernos cambiar de vida positiva o negativamente. Menuda tarea. Mientras tanto nuestros más cercanos repiten con inusitada frecuencia la manida frase “tienes que tener paciencia”, acompañado generalmente con una historia que a ellos les consta, según dicen, ante lo cual retrucamos en nuestro fuero interno con un… “¿dónde conseguirla, o cómo se logra?”
Sin desmerecer la importancia de la paciencia, principalmente por el hecho que nos anuncia de la presencia recurrente de estas situaciones, la “pura intiligencia”, como decía un humorista hace ya algunos años, nos advierte sobre la obvia conveniencia de esperar los hechos con la mejor disposición posible de manera de no afectarnos en demasía. Una actitud distinta supondría la necesidad de disponer de un ejército de sicólogos para analizar tamaña barbaridad. De cualquier forma, el problema sigue siendo encontrar la fórmula para conseguir esa condición mágica.
Finalmente, el hecho ocurre, la paciencia desaparece y viene la reacción por sus resultados, que puede ser muy complaciente, cuando nos favorece, en cuyo caso mantendremos una digna actitud o, por el contrario, despertar toda la ira interior y perder la racionalidad, con lo que si fuimos pacientes o no con antelación, carecerá de toda importancia y significación. En este caso, surge entonces otra opción de solución, que no es sino un nuevo tratamientos sicológicos o terapias para solucionar el problema, normalmente después de bastante tiempo con el correspondiente alto costo. Con ello, nuevamente las dificultades se duplican.
Pareciera que estamos condenados a enfrentar las situaciones que las circunstancias de la vida nos presentan, con la ayuda de la sicología, que no es infalible. Además, el estar en tratamiento sicológico, tiene el inconveniente que frecuentemente despierta en algunos la duda sobre nuestra condición mental, lo que se transmite a terceros, con la maliciosa intención de crear inquietud, motivando su propagación con igual propósito. Más temprano que tarde, inevitablemente, será de conocimiento público o al menos de todos aquellos que nos rodean, con lo que pasaremos a ser motivo de observación, en forma velada eso sí, para evitar posibles reacciones destempladas. Seremos objeto entonces, de miradas que reflejan una extraña mezcla de preocupación, curiosidad, desconfianza y otras, ante lo cual solo nos cabe esbozar una tenue y estúpida sonrisa.
La ciencia se ha desarrollado en forma exponencial para beneficio de la humanidad. Pareciera que, dentro de ella, la evolución de la sicología, por alguna razón, lo ha hecho en forma espectacular, en especial en los últimos años, por cuanto hace no tantos era muy poco frecuente la asistencia a un especialista por las variadas razones que hoy lo es, concentrándose más bien en problemas de adaptabilidad. Al respecto, caben dos posibilidades, que no son excluyentes; o la ciencia ha logrado tratar una mayor cantidad de patologías mentales, o estamos peligrosamente cada vez más enfermos, con diagnóstico reservado.