Constantemente nos bombardean con cifras que demuestran éxitos empresariales, crecimientos económicos insospechados y logros financieros que nos ubican en una expectable posición a nivel mundial. Cuando miramos todo esto con cara de pregunta, nos agregan que se trata de la macroeconomía (¡bonita palabrita!) y que esa es la que importa en un país moderno. Así, engrupidos por economistas que alcanzan el clímax con estas cifras espectaculares, nos sentimos pasados a llevar por tanto éxito económico que desgraciadamente al ciudadano común le resulta tan distante.
¿Y la otra cara del país? Esa que se vive en las poblaciones donde la delincuencia se empieza a manifestar a temprana edad y donde el tráfico de drogas se ejerce en casas particulares que se han sumado a esta decadencia. Esa que sabe del ajuste de cuentas y de las violentas riñas juveniles en las madrugadas de los fines de semana. Esa donde el robro y el asalto se repiten incansablemente y donde la cesantía ayuda a elegir los caminos más oscuros de la existencia humana. Esa donde la policía prefiere no penetrar porque sabe que arriesga mucho. Esa donde no se respeta a las personas y mucho menos la vida.
¿Ese rostro del país no existe? ¿Qué tiene que ver “ese país” que no queremos ver con el auge económico de la mayoría de nuestras empresas? Nada, absolutamente nada. Hay un divorcio peligroso entre el éxito y el fracaso de una sociedad que tiende a polarizarse peligrosamente. Nadie puede justificar el submundo de las poblaciones marginales, pero es una realidad que existe y que la autoridad, subyugada por los triunfos económicos, tiende a ignorar.
Los países son un todo y en ellos conviven los protagonistas y los anónimos, los intelectuales y los analfabetos, la cultura y la superficialidad, la grandeza y la miseria de una vida que para unos es tan fácil y para otros tan difícil. La patria es de todos, aunque algunos creen merecerla más que otros. Si ampliamos nuestra mirada tendremos que entender que Chile no es el éxito que algunos nos quieren vender.
Es también el fracaso de lo que no hemos podido solucionar y donde se esconde una pobreza que alarma y que se nos refleja con mayor crueldad en los temporales de invierno. Definitivamente no hay ninguna relación entre el crecimiento económico y el salario mínimo.
No todo es color de rosa en nuestro querido país. Hay situaciones diarias que nos acercan mucho más al negro y a la oscuridad, aunque no queramos verlo… y mucho menos entenderlo.
Alfredo Lamadrid B.
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