De ellas solo queda el recuerdo de otros tiempos
No hay dudas que las boites constituían un mundo aparte en las noches de la capital. Las mujeres bellas, pintadas como puertas y elegantes a su modo, inundaban los locales del centro y nos invitaban a la locura y al desenfreno.
En estos lugares había dos shows, el primero a la una de la madrugada y el último a las tres. En los momentos que no había presentación artística, el público aprovechaba de bailar y enamorar a las vedettes y a las figuritas de la noche.
¿Recordemos a algunas? El Tap Room, en la avda. Bulnes, muy cerca de La Moneda. En la Plaza de Armas se ubicaba el Mon Bijou (“donde te diviertes tú“). El Night and Day, en la calle Ahumada. En la calle San Antonio se encontraba la Taberna Capri y en el sector céntrico, también estaban El Bodegón, el Zeppelin y El Violín Gitano, entre otras. De pronto, apareció una que conquistó mucho público: La Sirena, que se ubicaba en Irarrázabal con Vicuña Mackenna (“¿Dónde? ¡Aquíii …en La Sirena!”, era el llamado de su animador).
Pasó el tiempo, que todo lo cambia y lo moderniza, y las boites se fueron acabando lentamente, siendo reemplazadas por los cafés con piernas. El centro de Santiago se lo tomaron los maleantes, la droga y la prostitución. Se puso peligroso y la gente honesta se desplazó a otros lugares que le ofrecieran mayor seguridad en su diversión.
De las boites de antaño, solo queda el recuerdo, que mezclado con la nostalgia, añoran un tiempo que se fue y que no volverá.
Así es la vida, simplemente.