Como despide a sus ídolos, arrojando flores al cortejo fúnebre, el pueblo despidió a Enrique Maluenda. Las sirenas de su Compañía de Bomberos de Lo Espejo igualmente tronaron en los pórticos de la iglesia Los Castaños de Vitacura y en el Cementerio General. La televisión, su medio de expresión favorito, lo homenajeó dedicándole horas de transmisión. Seguramente, en los países de Latinoamérica en que lució su atildada estampa, cuidada dicción, simpatía natural y caballerosidad, igualmente su alejamiento a los 88 años fue sensible noticia.
Eso que llaman Suerte hizo que compartiéramos existencia a lo largo de más de setenta años. Desde los malones con chiquillas del barrio, aulas del liceo Barros Borgoño, inquietudes profesionales audiovisuales a jornadas en el extranjero. Años de la Unidad Popular. Lo dirijo en Sábado en el 9, el canal de U de Chile en que gracias a su excelente rol de entretenedor superamos en sintonía a Mario Kreutzberger, obligándolo a anunciar que partía a la tele de Costa Rica. Lo habíamos contratado desde la TV de Ecuador donde triunfaba. Su coanimador fue Juan La Rivera.
Previamente, en dos de sus exitosas etapas peruanas pude constatar su popularidad en tierras del virrey. 1966, al visitarlo durante El Hit de la Una de Panamericana TV en que, con mi esposa, Patricia Larraguibel, pasábamos nuestra luna de miel: después, inicios de los 90, siendo yo Agregado Cultural de Chile y él conduciendo en América TV, El Baúl Millonario.
En efecto, fui afortunado al conocerlo. Me trataba de ¡Hermano! o ¡Hermanón!, como dicen los limeños. Y no puedo dejar de señalar que en noviembre de 1973, viviendo yo angustiosas circunstancias debido al Golpe militar, Maluenda me sacó del país. Mi eterno reconocimiento. Considerarme integrante del jurado del Festival de la Voz y la Canción de Puerto Rico, que él animaría, fue la justificación. Lo presidió Augusto Algueró; ganó el argentino Ricardo Rey; Gloria Simonetti, Buddy Richard y Horacio Saavedra nos representaron. Agradecido, modestamente, le llevé una botella de vino. La noche de la llegada, caminando por la arena de una playa de San Juan, emocionados, la bebimos y lagrimeamos rememorando quiméricas horas juveniles.
Días de música y canto que me permitieron apreciarlo en su verdadera dimensión de figura principal de la animación televisiva de Puerto Rico, Estado Libre Asociado a Norteamérica. Su Show Goya era un acontecimiento por donde desfilaban las principales estrellas del rico y variado universo caribeño. Prodigioso en producir íconos como Tito Rodríguez, Willy Colón, Héctor Lavoe. En tal firmamento, Maluenda era un lucero más. Su fama trascendía más allá de la isla borinquen. El programa, con idéntica recepción, llegaba a las pantallas latinas de Nueva York y, para la colonia cubana de Miami, era el preferido. Situación espectacular que lo hacía viajar constantemente a presentaciones personales en los teatros y hoteles de Florida.
Hoy, ¡cuánto le deben los animadores criollos que han trabajado y se lucen en las pantallas de Miami! Vienen a la mente Felipe Viel, Rafael Araneda y, por cierto, el inmenso Don Francisco. Pero, al momento de batir pañuelos del adiós, imposible dejar de señalar que fue Enrique Maluenda Meneses, casado con Mercedes Ramírez, cinco hijos, el primer animador chileno que desplegando categoría, acento y nuestra cultura, abrió las puertas del anhelado mercado de la televisión caribeña.