Así titulé mi segundo libro y hoy veo que la frase ha tomado más vigor y se ha potenciado en demasía.
“Nada es como era“, sin duda. La delincuencia no cede y el país se ha tornado peligroso. Estamos invadidos de extranjeros y que suman en total, más de los necesarios. Las tomas privan a los verdaderos dueños de sus propiedades. Los carabineros no son respetados y se les enfrenta con el uso de armas, que nadie sabe de dónde salieron. Las carpas se levantan en los lugares más insólitos, albergando a personas que viven en condiciones subhumanas. El comercio ambulante está desatado y ocupa una y otra vez, los mismos lugares. Se cocina en la calle Ahumada y en otras arterias importantes,
El narcotráfico nos supera y sus funerales son un show, que incluye fuegos artificiales. Muchos estudiantes están en huelga, pidiendo variadas mejoras. En la Araucanía la violencia no se detiene. En el norte tampoco la convivencia es mejor.
Las normas y reglamentos no se respetan y la corrupción se multiplica, en un país donde pareciera que todos quieren ser “millonarios”. La clase política “no da el ancho”. La solidaridad no existe, en un territorio donde se impone el individualismo y así, suma y sigue.
Si miramos para afuera, la guerra entre Rusia y Ucrania continúa, provocando problemas laterales que no esperábamos y en general, un panorama desolador donde se impone el conflicto y la violencia, lo que nos hace ver y aceptar que “nada es como era “, desgraciadamente.
Como es imposible devolver el calendario, debemos resignarnos a los tiempos que vivimos, aunque nos complique y nos mortifique.