Sobre la violencia que vivimos, nadie tiene una respuesta concluyente. Hace años, éramos un país amable, acogedor y donde todos nos respetábamos. Hoy somos un territorio agresivo, rabioso y donde nadie respeta al del lado.
Hemos sufrido una verdadera invasión de extranjeros, que nada tienen que ver con nuestra idiosincrasia y nuestra manera de ser. Sin duda, que esto ha influido en las relaciones humanas de nuestros habitantes.
Si, digámoslo de una vez, eso ha influido en nuestro día a día y en nuestro quehacer. Estamos invadidos de carpas, comercio ambulante y drogas, además de una delincuencia incontrolable.
En medio de la calle Ahumada, me sorprendo por la inmensa cantidad de cocinerías y ventas de todo tipo, incluidos fármacos que se venden con receta retenida y nos preguntamos con ingenuidad:
¿Quién nos cambió el país?
La respuesta se la pedimos a las autoridades, pero desgraciadamente no encontramos a nadie que nos conteste algo coherente.
La clase política se esconde en frases hechas y clichés que no ayudan en nada a la solución del problema. Los derechos humanos no tienen nada que ver, con el homicidio y la violencia de una época que nos atormenta y nos mantiene encarcelados en nuestros hogares.
¿Quién soluciona el problema? Definitivamente, no hay sordo más grande, que el que no quiere oír.