Mientras se acerca el plebiscito, el país se divide cada día más y se conforman dos bloques irreconciliables. Los del apruebo y los del rechazo. Ambos son dueños de la verdad absoluta y, en general, no aceptan críticas.
Bueno, en realidad estamos acostumbrados a que nos dividan y nos repartan entre izquierdistas y derechistas o entre buenos y malos, también entre ricos y pobres o entre oficialistas y opositores. No se dan cuenta quizás, que todo eso está obsoleto y que representa un pasado que es mejor olvidar definitivamente.
En el mundo moderno sólo los países que marchan unidos en lo fundamental, pese a que es lógico que existan pensamientos distintos, son los que crecen y se desarrollan.
Desgraciadamente, el nuestro es inmaduro en las cosas esenciales y se divide en grupos, con gritos y banderas en las calles y sin reflexiones que valgan la pena. Sólo gritan consignas que no convencen a nadie y que no sirven para mucho.
Si todos queremos mejorar el futuro de Chile, ¿no sería mejor que nos pusiéramos de acuerdo en las cosas indispensables para que podamos crecer y surgir como país? ¿Es tan difícil eso, si todos queremos lo mismo? ¿No podemos, dejar de lado ideologías foráneas y pasadas de moda y luchar por nosotros y nuestro territorio?
Parece que no. Hay veces que las cosas más fáciles, terminan siendo las más difíciles.