Es sorprendente como los chilenos nos acomodamos y aceptamos la realidad, venga como venga.
Unas décadas atrás, no habríamos imaginado que éramos capaces de quemar iglesias, de saquear locales comerciales, supermercados, tiendas de artículos electrónicos y lo que venga.
Tampoco que se iba a asaltar a personas en la calle y a plena luz del día, que la gente que se moviliza en auto corre seriamente el peligro de que se lo roben, que muchas bandas funcionan desde la cárcel, vía celulares. Menos, que las calles se iban a llenar de vendedores ambulantes, que la corrupción iba a llegar a los altos mandos de Carabineros, Investigaciones y el Ejército, que algunos Alcaldes, iban a distraer fondos públicos para sus propios intereses o someter a sus colaboradoras a acoso sexual.
Nadie imaginó que las Fundaciones, en muchos casos, se convertirían en un negociado de algunos, que los sinvergüenzas de cuello y corbata serían sancionados con clases de ética, mientras una mujer asalta un banco.
No se puede negar que hemos sufrido una verdadera invasión de extranjeros, que las “tomas” se han multiplicado y que es imposible regularizar este hecho a la brevedad, que la droga se impone en las poblaciones y lugares habitados y que el narcotráfico hace que. la policía sea enfrentada con armas de fuego y que la delincuencia imponga sus reglas.
A quien se le iba a ocurrir, que un bombero y un ex funcionario de CONAF serían investigados por ser los posibles provocadores del último incendio, que extermino muchas casas y con más de un centenar de fallecidos.
Que la educación llevaría tanto tiempo sin regularizarse y que la espera por ser atendida en la salud sería interminable.
Hay muchas cosas más, a las que desgraciadamente nos hemos acostumbrado y parece que sin darnos cuenta.
Al mal tiempo, buena cara, me dice alguien con resignación.