En años ya idos existían los barrios, que eran comunidades que tenían, entre otras cosas, comercio propio, el club de fútbol y los malones de fin de semana, donde se celebraba con entusiasmo una amistad siempre creciente.
En el barrio estaba el sastre, el peluquero, la botillería, la librería, la fuente de soda, el almacén, el cine del sector, con funciones populares los días lunes, la botica, la iglesia católica, un señor que ponía inyecciones, una señora que prestaba el teléfono cobrando los llamados y algún taxista al que se recurría ante un atraso inesperado.
El barrio era una comunidad, sin compromisos, donde todos se conocían, los niños, los jóvenes y las personas mayores que alternaban y disfrutaban de la amistad y el respeto que es indispensable en toda relación humana.
¡Qué tiempos aquellos!, en que la seguridad no era tema porque la delincuencia casi no existía. Había amistad y buena onda en los diversos sectores.
Ha pasado el tiempo, el calendario ha dado muchas vueltas y ese barrio ya no existe, debido a que el modernismo lo pulverizó. Ese barrio del pasado desapareció mágicamente y lo reemplazaron los supermercados, las grandes cadenas de farmacias, los multicines, los celulares, Internet, el mercado de capitales y una serie de alternativas que fueron sepultando un pasado, algo inocentón pero tremendamente querible porque existía el cariño verdadero, la amistad sincera y el respeto auténtico, sin trampas ni traiciones.
Cuando hoy recorremos esos lugares, nos invade la nostalgia y los recuerdos nos llevan a un pasado que nunca volverá y que algunas veces rememoramos, precisamente porque es imposible olvidarlo.