Como soy persona común, advierto mi gusto por ver partidos de fútbol en la tele. Especialmente los de carácter internacional: los caseros sólo en las finales. Y es en tal condición de aficionado que me arriesgo a opinar. Agrego que cuando chico seguía todas las competencias. Fanatismo que se fue diluyendo a medida en que los mercaderes empezaron a desinflar la romántica pelota para transformarla en inmundo y lucrativo negocio. La guinda del escándalo que provocó mi distanciamiento de la pasión de multitudes se produjo el día en que saltó a la prensa el escándalo Joao Havelange- Michel Platini.
Millones de dólares fueron a engrosar cuentas bancarias del dirigente brasilero y del exfutbolista francés. ¡Que la FIFA olía a podrido se sabía hace tiempo! En canchas de las tres Américas conocían sus malabares y era vox populi que los presidentes locales también se arreglaban los bigotes. Para acceder al cuantioso botín deportivo, el primer paso consistía en ser cazurro presidente de la asociación criolla; enseguida lograr representación ante la directiva continental; luego de portarse sumiso, integrar su directorio y empezar a agarrar miles de billetes verdes. En mi libro Rakatan pesquisa crimen del Burlesque, en el cuento El choapino rioplatense, recreo los entramados mafiosos de la Conmebol. Imaginarán que el título juega con Julio Grondona, mandamás de la AFA por 35 años y, lógico, Sergio Jadue, líder venal de nuestra ACF que, sin castigo, todavía pasea y sonríe en playas de Miami. ¡Cosas del fútbol!
¿Por qué escribí el relato? Muy simple: estaba hastiado de directivos corruptos que se burlan de los románticos espectadores; se mofan de quienes respetan los principios olímpicos del barón Pierre de Coubertin. Lo realicé pensando en aquellos pobres que juntan pesos para comprar la galería dominical; y por los padres ilusos que transforman atletas viciosos en modelos de sus hijos. Es en esta parte donde entra ahora Edson Arantes do Nascimento. El infante humilde que nació en numerosa familia del barrio Tres Corazones de Minas Gerais, también en su existencia sufrió maquinaciones de los poderosos del balonpié.
Repetir que Pelé a los 17 años en el Campeonato Mundial de Suecia, l958, anunció que sería el mejor futbolista del orbe, sería majadero, hoy que está muerto. No obstante, la verdad revelada desde lo Alto hace 64 años, maliciosamente siempre se ocultó. Apóstatas y fanáticos del balón la ocultaron. Año tras año desfiguraron sus virtudes atléticas: ensombrecieron sus conquistas; deslavaron su camiseta número 10; mermaron sus prodigios. Destemplaron su corona y sus 1.283 goles. Nada significó que el modesto morenito fuera tricampeón mundial; impusiera el fútbol en Estados Unidos, deviniera en próspero empresario ni que lo nombraran Ministro del Deporte de su inmensa nación. ¿Segregación racial? ¿Envidia, resentimiento, ambiciones, delincuencia de corbata? ¿Geopolítica?
Cualquier razón es válida al considerar que, la prensa argentina, al gol tramposo que marcó Armando Maradona a los ingleses en la final del Mundial de 1986, lo ensalzara como La mano de Dios. Fruto mañoso, vergonzoso, repudiable, que convertiría al Pelusa en centro de una campaña destinada a entronizarlo como el Mejor 10 terrestre y superior a Edson. Delirio desatado. Acto seguido, como culto a la personalidad, perdonándole todas sus drogadicciones, escándalos, denuncias policiales le fabricaron, incluso, una religión. Será cuestión de idiosincrasia cuyana. Borges despotricaba contra los peloteros patrios. Para nada sirvió tanta locura. Dicen que el deceso de Edson, en materia política, ha unido la dividida tierra do samba. Yo, modestamente, en lo deportivo, aplaudo que haya permitido aclarar que Pelé siempre fue y será O Rei.