Más allá de la inolvidable “Carmela”
A los 98 años Carmen Barros Alfonso decidió dejar de embelesarnos con su arte, simpatía, modestia, don de gente. Plagada de virtudes, donde las puso, destacó.
El mediodía de su adiós en el Teatro Oriente de Providencia, entre la mayoría de las actrices, actores, directores, músicos, productores, dramaturgos que asistían, el sentimiento general era:
Carmen se fue sin que le otorgaran el Premio Nacional de las Artes de la Representación.
Palabras coincidentes con el agregado:
La vez que fue postulada, desde el jurado surgían voces diciendo que por su situación social, hija de diplomático, no necesitaba el dinero: que mejor lo asignaran a otro histrión más necesitado.
En silencio no pude dejar de morder mi dolor:
¡Cuándo terminamos con los resentimientos! Qué tenían que ver su excelsa categoría escénica, aporte a la cultura musical, a la democracia, a la formación de cantantes, con su dorada cuna de origen.
A los 98 años Carmen Barros Alfonso decidió dejar de embelesarnos con su arte, simpatía, modestia, don de gente. Plagada de virtudes, donde las puso, destacó. ¡Si en la década del cuarenta hasta fue columnista de revista Ecran firmándose Marianela y posteriormente estudió Periodismo en la UC! Solamente anotaré algunos de sus méritos: en los cincuenta su debut como cantante lírica en Bruselas, Bélgica, para un montaje de Las bodas de Figaro; autora de la primera comedia musical chilena La Señorita Trini junto a Luis Alberto Heiremans; programa El tejado musical con el cuarteto Los Gatos en Canal 13; sus cientos de roles teatrales: y recitales; últimamente participando en Los años dorados del canal porteño , su notable creación-tributo Mi Marilyn y por cierto la inmortal encarnación de Carmela de La Pérgola de las Flores.
Todos los antecedentes señalados son de dominio público. No obstante, existe una etapa de su apasionante existencia que es prácticamente desconocida. Poco o nada se conoce de sus días en Nairobi, Kenia, durante la dictadura pinochetista. Nación en la que ejerció cargo en una oficina de Informaciones y Comunicaciones de Naciones Unidas. Profitando de una página que escribiera mi amigo y redactor de novelas policiales, Bartolomé Leal que, siendo economista, coincidió con ella en el país africano, reproduzco algunos pasajes:
“Carmencita, así le decíamos, era un genio en idiomas: inglés, francés, alemán, italiano, portugués, ruso y algo más. Entre otras razones los conocía gracias a las +operas, por cierto. (…) Pero ella no se iba a quedar en su sitio de asistente del organismo internacional. Colaboró en los centros culturales más activos de Nairobi, como el francés y el alemán. Montó óperas y piezas de teatro, La novia vendida de Smetona, Mozart y Salieri de Pushkin; conciertos múltiples, pequeños sketches para divertirnos. Recuerdo cuando le regalé el primer LP de Florcita Motuda que no conocía. Le encantó, su risa tan auténtica resonó en el condominio en que residía. Por supuesto desafinamos a coro aquello de Cueca espacial y El Ajo. Momento de optimismo a la esperanza, al eterno retorno, en aquellos años tan oscuros. Ella era católica y generosamente de izquierda, puro corazón”.
El mismo majestuoso corazón que la acompañó siempre; que hizo emocionar a millones de personas que la aplaudieron y seguirán disfrutando cuando, en grabaciones, la escuchen interpretar, como La dama de rojo, sus estrofas finales:
Tonada ronca de alcohol/ para ahogar en su canto/ el llanto de una pasión/ Tonada de medianoche/ sonriendo bajo un balcón/ porque una niña jugando/ se ha robado un corazón.
Más allá de mezquindades ramplonas, ¿Verdad que merecía el Premio Nacional?
