En una reunión con amigos de los viejos tiempos, a la mayoría les cuesta entender al Chile de hoy. Encuentran que se perdió el respeto, se ganó en agresividad y en el desprecio a la vida de los demás, que el romanticismo ya no existe y que en las parejas la violencia ocupa un lugar importante, sobre todo del hombre hacia la mujer.
En la actualidad, se agrega, los bailes lentos que servían para empezar un romance, no existen. Hoy todo es locura, desenfreno y carrete sin mayores límites. La droga ha invadido a los jóvenes y los ha llevado a la delincuencia, al asalto, al portonazo, o a cualquier cosa que les permita ganar dinero sin trabajar.
La autoridad está sobrepasada y las bandas atormentan a los ciudadanos. Las instituciones son descalificadas, lo merezcan o no, y los políticos están muy cuestionados ya que no solucionan los problemas que la gente demanda.
En general, hay una situación de caos, ya que lo único que interesa es el dinero y el poder. Estamos habitando un país distinto y desconocido para muchos, porque no se acostumbran a esta modernidad que cada día nos sorprende con su pérdida de valores y que tiene a los principios postergados porque pareciera que siempre triunfa la ley del más fuerte.
Riñas entre bandas, protestas sin sentido, como las de los viernes en Plaza Italia, quemas de iglesias, museos y lugares públicos, saqueos a pequeños comerciantes, migración descontrolada que le ha cambiado la cara a nuestra capital y tantas cosas más que nos desconciertan y nos complican.
No opino mucho, más bien escucho y pienso, tratando de entender la actualidad. Me resulta difícil y aunque se me diga que cada época tiene su afán, me parece que es indispensable saber de qué afán se trata.
El actual no lo comprendo y lo rechazo.