No hay duda que el país ha cambiado, que es distinto al de algunos años y que se han transado muchos valores por pequeños triunfos pasajeros y de dudosa gestación.
Cuántas Municipalidades están cuestionadas por presuntas malversaciones de fondos públicos, de denuncias de corrupción, de viajes de capacitación que terminan siendo turísticos, de reajustes de sueldos que resultan innecesarios, de finiquitos millonarios sin razones concretas que los justifiquen, de la creación de corporaciones que no tienen mayor justificación y que carecen de una fiscalización estricta.
También el fútbol se topa con algunos problemas, por las sociedades anónimas y el manejo indebido y reprochable de algunos dirigentes. Para esto, basta solo con recordar a Jadue.
Las empresas se coluden y perjudican, sin piedad, al consumidor. Delincuentes profesionales, como Alberto Chang, que estafan a inversionistas ambiciosos, ofreciéndoles rentabilidades imposibles. Después, escapan y se refugian en un país del que no se les extradite.
La delincuencia crece y en los robos caen bancos, empresas financieras y grandes conglomerados económicos. Y así, suma y sigue. Dale que va, que la decencia ya no está y a nadie parece que le importa mucho su ausencia.
¿Dónde quedó el Chile romántico del siglo pasado? ¿Los ideales y las quimeras que nos permitían soñar? ¿Dónde están los ideales del país del ayer? Las derrotó el dinero, que desgraciadamente aplasta todo y se impone contra los más sanos y nobles principios.
Cómo decía un recordado amigo: “Poderoso caballero es Don Dinero, que al tuerto lo convierte en galán”.
Y no hay más, porque los chilenos están amando el dinero, mucho más de lo necesario.