La mañana de Navidad de 2011, Linda Wenger tomó un tren en la estación Grand Central de Nueva York para dirigirse al norte del estado hacia Katonah. Tenía alrededor de 50 años y llevaba divorciada una década. La familia de su hermana celebra la Navidad, así que ella siempre viajaba a su casa en Connecticut el 25 de diciembre. Y siempre lo hacía sola.
«Siempre me pareció que el día de Navidad era un poco solitario, porque nunca estaba con mis chicas», le dice ahora Wenger a CNN Travel en entrevista con Francesca Street. Wenger tenía una carrera muy exitosa en mercadeo para una organización sin fines de lucro. Estaba contenta con su parte profesional y su vida en Nueva York. Pero cuando el tren salió de la terminal de Manhattan, se descubrió reflexionando sobre todo esto.
«Podría haber estado un poco melancólica», recuerda Wenger. Solo había un puñado de otras personas en el vagón. Entre ellas, un hombre de una edad similar a la suya, que estaba sentado enfrente. Ella lo observó sacar papel tapiz y muestras de pintura de una bolsa, mientras las extendía sobre la mesa frente a él.
«Pensé: Es un poco lindo. Y está solo el día de Navidad».
Luego, el extraño sacó un papel tapiz floral en particular. «Oh, ese es William Morris, ¿no?», dijo ella reconociendo uno de los intrincados patrones que caracterizan el trabajo del artista victoriano. El hombre miró hacia arriba y sonrió.
Era Michael McTwigan, un neoyorquino de unos 60 años que se había separado de su esposa hacía un año más o menos. Iba en camino a trabajar como voluntario en una colecta de comida navideña en Katonah.
Cuando Wenger mencionó a William Morris, McTwigan se sorprendió. Sugirió que ella debía tener cierta formación artística para reconocer la impresión. Ella le explicó que había estudiado historia del arte en la universidad. El le contó sobre su experiencia en arte y agregó que ahora estaba en la parte de mercadeo. Wenger dijo que también trabajaba en mercadeo, específicamente para una gran organización benéfica de investigación sobre el cáncer de pulmón..
Mientras conversaban sobre sus vidas y sus respectivos planes para el día de Navidad, los dos se dieron cuenta de que compartían el amor por el arte, carreras similares y un impulso para ayudar a los demás. «Cuando él me dijo lo que iba a hacer, dije: Dios mío, esa debe ser la mejor referencia de carácter que he visto. ¿Verdad? Alguien va a hacer algo tan generoso el día de Navidad», señala Wenger.
McTwigan estaba igual de cautivado: había notado que, si bien ella no minimizaba su carrera, hablaba más de sus conexiones con la gente que de sus logros. Sintió que ella era «muy sensible e intuitiva».
Una vez que los dos empezaron a hablar, la conversación no se detuvo. «Él tenía una vibra muy amable y dulce», dice Wenger. «Y pensé: Está bien, esto es algo. Sentí algo entre nosotros».
El viaje desde Grand Central a Katonah dura algo más de una hora. En muy poco tiempo ya entraban en la pequeña plataforma de Katonah, Cuando el tren se detuvo, Wenger metió la mano en su bolso y le entregó a McTwigan su tarjeta de presentación.
Bajaron juntos del tren, donde la madre de Wenger la esperaba para recogerla. Se dieron la mano para despedirse. Cuando sus manos se tocaron, McTwigan tocó más arriba del brazo de Wenger y lo sostuvo por un momento.
«Encantado de conocerte», dijo, sonriendo. Wenger se refiere a este gesto como «la cosa más dulce, definitivamente hizo que mi corazón palpitara con eso», dice ahora.
Cita en Nueva York
Durante el período de Navidad y Año Nuevo, los dos intercambiaron algunos correos electrónicos. Luego, McTwigan preguntó si a Wenger le gustaría que se vieran cuando ambos estuvieran de regreso en la ciudad. Sugirió un evento en vivo en Nueva York, dirigido por el grupo de narradores The Moth. Mientras la gente real subía al escenario y contaba sus historias, Wenger y McTwigan retomaron su conversación justo donde la dejaron en la estación de Katonah.
Dicen que tomaron su coqueteo día a día y trataron de no tener expectativas. Ambos habían estado casados antes, y abordaban el hecho de enamorarse nuevamente con emoción y temor.
«‘Vamos despacio y veamos qué ocurre, porque, después de todo, sabemos los peligros de elegir mal’, era su mantra, dice McTwigan.
«Pero, especialmente, a medida que vivimos más experiencias juntos, todas las similitudes ––los sentimientos y los valores similares–– quedaron claras para cada uno de nosotros, creo. Nos acercamos más», agrega.
El día de Navidad de 2012, los dos abordaron el tren en Grand Station hasta Katonah, tal como lo habían hecho el año anterior. Pero, con la diferencia de que hace 12 meses eran unos desconocidos y ahora formaban una pareja que viajaba junta para visitar a la familia de Wenger.
En lugar de sentarse uno frente al otro, se sentaron juntos, hombro con hombro. Le pidieron a otro pasajero que les tomara una foto, lo que dio inicio a una tradición. «Todos los años, cuando nos subíamos a ese tren, nos tomábamos una foto o le pedíamos a alguien que lo hiciera», dice Wenger. «Cada año fue como un aniversario, fue maravilloso», apunta McTwigan.
Los dos pronto se mudaron juntos. Ella cruzó el río Hudson desde su base en Manhattan para vivir con él en Brooklyn. Estuvieron allí durante seis años, viajando cada Navidad a Katonah, antes de mudarse a Connecticut en 2018.
Aman la comunidad en su nuevo vecindario y disfrutan de las tardes dedicadas a su jardín. La única desventaja es que cuando llega la Navidad, los dos ya no necesitan tomar el tren a la casa de la hermana de Wenger, pues están lo suficientemente cerca como para conducir.