Es grato comprobar que lo que uno escribe es leído. En especial si los lectores son jóvenes. Me ocurrió con la última columna dedicada al perínclito autor norteamericano Tom Wolfe.
Días después de publicada la columna en Cada día mejor, recibí la llamada de Nicolás Osorio, alumno de Periodismo en la Universidad Finis Terrae. Solicitaba una entrevista:
(…) qué significa Tom Wolfe para el mundo periodístico, ya que es de suma importancia para mi trabajo de investigación (…)
Por supuesto, contesté afirmativamente, averiguando que Mauricio Ávila era el nombre del profesor que había dado la tarea al futuro reportero.
Cumplir con la misión significó hacer retroceder la rueda del tiempo: a dar un salto atrás de más de setenta años. A riesgo de exponerme a lógicas discrepancias, resumiendo el problema, a mon avis, como dicen los franceses, en cuanto a lo que dice relación con nuestra realidad, entregué tres nombres: Enrique Lafourcade, Tito Mundt, Lucho Fuenzalida.
Sinceramente, creo que en audacia, desparpajo, originalidad, extravagancias, cultura, versatilidad, El Conde Lafourchette (así se firmaba al pontificar sobre gastronomía), es quien más se parece al autor de Todo un hombre, libro de Wolfe emitido actualmente en Netflix, ¡Si hasta se pisaron los talones al nacer y morir! Mientras el chileno lo hizo en 1927, el gringo escogió 1930 y apenas una temporada separó su despedida: el 2019 y 2018, respectivamente. Perteneciendo a la generación de los 50, Enrique, al igual que Tom, epató a la sociedad chilena desde que empezó a escribir con títulos bestseller. Su mejor ejemplo: Palomita Blanca e idéntica suerte corrieron La fiesta del rey Acab, El príncipe y las ovejas o Mano Bendita, Si en 1973 dio a luz Salvador Allende, su irrespeto al tirano Pinochet, al caricaturizarlo en El gran taimado, significó destierro en Buenos Aires. Además fue polémico, entretenido, punzante panelista de variados programas televisivos.
Me salto a la fiesta mayúscula de la música chilena: Festival de Viña del Mar de 1981. Año, como es sabido, que reunió figuras consulares: Rodríguez, Iglesias, Bosé, Sesto, Mac Govern, Carrasco, Ray Coniff. Junto a ellas, K C and The Sunshine Band. Escribiendo para Festi-Viña, Lucho Fuenzalida, popular articulista del suplemento Estreno de La Tercera por su columna Aqui está la papa. Deslenguado, arbitrario, temido, estrafalario, en un comentario se le ocurrió insinuar que el director del grupo yanqui era homosexual. A la hora de onces, en la pérgola del hotel O’Higgins, KC lo ubicó. Sin pedir explicaciones lo abofeteó e hizo sangrar. Un minuto después, ya que compartíamos habitación, lo encuentro limpiándose la sangre frente al espejo del baño. Lo consuelo, pero estaba feliz:
-¡Qué bueno! ¡Qué bueno que me haya golpeado! ¡Su reacción será un golpe periodístico! ¡Aparecerá en todos los medios! ¡Lejos venderemos más diarios que Las Últimas!
Quedé perplejo. Indudablemente eran periodistas de otra madera. Sin universidad. Armados sólo al calor del plomo de las calandrias del taller, las trasnochadas etílicas en el Il Bosco y búsqueda incesante del golpe periodístico.
Voy más lejos en el desparpajo al redactar como periodista y escritor. Nadie en los años 50 y 60 fue más original que Tito Mundt Fierro. Le decían El loco y era el más sabio de los cronistas. Premio Nacional de Periodismo. Hablaba cuatro idiomas, Se dio el lujo de dar la vuelta al mundo varias veces dejando huellas inolvidables: De Chile a China, De Gaulle, el gran solitario, Las banderas olvidadas, Memorias de un reporter. Abstracto, surrealista, único, personalísimo, culto, sentimental, amante del teatro. Modelo para todos los estudiantes de periodismo ¡Quién no soñó con ser Tito Mundt! Escribiendo era un portento que hacía explotar los rodillos de las Remington y frente al micrófono era una metralleta incesante disparando ¡Yo lo conocí! Irrepetible periodista literario. No quiso que nadie lo igualara y jugando a ser trapecista, apostando que le ganaría al Destino, una tarde de junio de 1971, voló desde el doceavo piso del restaurante Sportmen de calle Estado y Agustinas a nubes plombaginas, a expresar: Tom, ¡Yo te conocí! ¡Yo te conocí!