El paso del tiempo hizo que la revisión de revistas antiguas sea uno de mis hobbies. A ello influye, además, el poseer colecciones empastadas de las décadas del 20, 30, 40 heredadas de mi señor padre. Eran otros tiempos. Crecí devorando Penecas, Faustos, Semanitas. Inexistente la TV, florecía el gusto por la lectura. Esta vez más me solazo recorriendo ejemplares de Ecrán correspondientes a 1945, que creara Carlos Borcosque, dirigiera María Romero y fuera la mejor publicación cinematográfica del continente. ¡Honor inigualable! Como cuando era adolescente, estoy admirando a Lauren Bacall, Esther Williams, Alan Ladd, Humphrey Bogart, Gene Kelly. Betty Grable. ¡Me falta espacio para Mickey Rooney, Judy Garland, la insigne pareja de bailarines Ginger Roger y Fred Astaire!
De súbito, en la sección dedicada al medio nacional, me deslumbra una joya. Es la fotografía de una jovencita de 19 años recién llegada de Alemania, país en que su padre fue embajador: sus ojos trasparentan bondad; la nariz recta resume nobleza de principios; de sus labios sólo deben emerger notas musicales. ¡Qué duda cabe que pertenece a Carmen Aída Barros Alfonso! Sin embargo, la imagen no la muestra en su faceta artística: está al servicio de su columna semanal El balcón de Marianela que, en la oportunidad, se refiere al doblaje de películas (Foto de esta columna).
Años atrás, en una entrevista que hicieran a la inigualable Carmela de La Pérgola de las flores y creadora de cientos de aplaudidos personajes en teatro, cine, radio, ópera, televisión, del mismo modo que informara que el seudónimo Marianela se lo pusiera el director Santiago del Campo, también señaló que, aparte de ser cantante, le habría gustado ser periodista ya que siempre tuvo afición por la escritura. Confesión que siempre atesoré y que ahora fue posible comprobar, gracias al número 747 de Ecrán, junio 1945, permitiéndome exclamar:
¡Destino, gracias por haberla salvado de las redes del Periodismo! y ¡Aplausos por cambiarle el teclado de la Remington por el del piano Steinway!
El próximo enero, Carmen cumplirá noventa y ocho años. Profesionalmente vigente, en cada jornada recibe merecidos homenajes. De pie la aplaudí en su reciente concierto Ensayo para la Memoria en el Nescafé de las Artes. Antes, en su Mi Marilyn Monroe. El Mercurio acaba de destacarla entre Los 100 líderes Mayores 2022; la temporada pasada fue parte de la Colección Mil Vidas de Chile Actores; el 2017 creó su Fundación Gestionarte; acumula biografías, artículos. Su hogar está plagado de trofeos recibidos en escenarios deslumbrantes. El país le quedó chico. Su estatura artística es universal.
Todo lo hizo bien: jazz, canto popular, comedias musicales, composiciones, discos, teleteatros, películas, academia. No quiso hacer carrera operática en Nueva York; Kenia supo de su categoría humana siendo funcionaria de Naciones Unidas. Parece chiste macabro: ¡nunca le han dado el Premio Nacional de Artes de la Representación! Otros con menos méritos lo obtuvieron. ¿Cuál es su pecado? En estos escenarios infectos de envidia, ¿puede ella tener enemigos? Que yo sepa, nunca escamoteó papel a alguna colega: generosidad comprobada. El jurado, al momento de dirimir galardones, ¿la rechaza porque es hija de diplomático? ¿Su situación económica influirá en el fallo? Si existe conciencia de que en este largo y delgado escenario nacional nadie la supera y que es una estrella excepcional, ¿aguardan que Carmen Barros cumpla cien años para premiarla? Me parece una jugada histriónica macabra.
