Como lo merecía: el fervor popular acompañó a Cecilia en su nueva gira por cielos artísticos. Escasos antecedentes hay de que en el pasado el Teatro Caupolicán se haya desbordado para despedir una ídola. Afuera otra multitud lloraba y se atropellaba para entrar. Con admiradores en el interior cantando y bailando sus temas, encendiendo velas, tapizando el féretro con flores. Con mil coronas, puesto que se agradecía y decía adiós a una reina: a La Incomparable. A la provinciana que vino al mundo hace ochenta años en Tomé, llamándose Cecilia Pantoja Levi, que jamás permitió que alguien alzara su cetro musical y menos cedió su trono de popularidad.
De las muchas declaraciones publicadas recordándola, me hizo eco la de Denise Malebrán:
–Reina de reinas, perdón por lo poco que logra reconocer en vida esta patria ingrata a sus grandes (…)
Creo que refleja el sentir mayoritario. Es verdad que ella siempre gozó del afecto colectivo y recibió galardones (Festival de Viña, Figura Fundamental SCD, Premio de Música Nacional), pero quizá mereció más. Su condición de Majestad del cancionero popular también es indiscutida. Apenas debutó como solista en 1962 interpretando tangos estilo italiano y rock se elevó cual emperadora de la Nueva Ola. El movimiento más trascendente del pentagrama nacional. Su personalidad, picardía, ángel callejero, singular timbre de voz, dinámica expresión corporal, la hicieron exclusiva. Inigualable.
Sus besos de taquito regalados a la galería enloquecida y postrada de admiración, son dignos de la obra del mejor escultor. Ojalá alguien se tiente y la millonaria SCD que administra sus fondos disqueros llame a un concurso. Dejo lanzada la idea.
Todas iban a ser reinas, es el título de maravilloso poema de Gabriela Mistral. Inspiración de nuestra Premio Nobel que ha hecho identificarse innumerables generaciones. Postulo que muchas de las intérpretes de la generación del 60 que dio vida a la Nueva Ola, sintió su embrujo. Y, lo curioso, sin embargo, algunas emigraron a otros latitudes. Desde Nueva York me llama Rose Van, radicada en esa ciudad hace cuarenta años, está delicada de salud, y le pregunto por Gloria Aguirre. Responde que ya no canta; que se casó con millonario y vive en regia mansión de Long Island. De Fresia Soto carece de noticias.
Vienen a la memoria otras reinas del canto popular que antes emigraron. Ginette Acevedo alcanzó alta cotización en Buenos Aires; Palmenia Pizarro logró estatura estelar en México. En 1973 fui jurado del Festival de la Voz de Puerto Rico; en la ocasión a Gloria Simonetti le ofrecieron hacer carrera en el Caribe, añorando micrófonos cordilleranos, rechazó la oferta. ¿Quién recuerda a Mona Bell? Hasta hace poco residenciaba en ciudad de México; en 1956 fue nada menos que lady crooner de la orquesta de Roberto Inglés en la TV española y, además, única chilena triunfadora de concursos europeos. Pero el olvido peor se produce con Rosita Serrano; estrella absoluta en tiempos del Tercer Reich; alondra que asombraba con su voz, bella figura de cortes reales. En la música popular chilena fue la primera Reina. Ojalá que Cecilia no corra igual suerte.
