Última etapa de esta interesante experiencia que es la vida, con la ventaja para esta que, para alcanzarla, se deben superar las anteriores, lo que ya no resulta tan complejo dado los adelantos aportados por la ciencia.
En el siglo pasado, ya a los 50 años se hacía sentir la vejez, o al menos los que tenían 15 o 20 así los consideraban. Es por ello que se adelantaban los hechos de la mayor trascendencia social, como los matrimonios por ejemplo, en que los contrayentes bordeaban los 20. Las damas solteras que sobrepasaban esa edad, eran objeto de malos augurios en cuanto a la posibilidad de formar familias.
En el trabajo por su parte, era normal que los jóvenes, que no ingresaban a la Universidad, que eran la inmensa mayoría, iniciaran también sus carreras profesionales siendo muy jóvenes. De ahí entonces que era común encontrar muchos jubilados, que además eran abuelos, a personas con poco más de 50 años. Todo se adelantaba ya que sin duda la vida era más corta, sin considerar el efecto de las guerras y epidemias que mataban a millones de personas.
Hoy en día, la situación ha cambiado y se considera en etapa de vejez a los que bordean los 70 años, jubilados y abuelos como corresponde, casados, o generando familia sin estarlo, cerca de los 30, después de la Universidad, en que aquí si son mayoría, para dar inicio a la vida laboral. Las mujeres incluso mayores no llaman la atención por su soltería y la vejez se ha extendido y ya no resulta extraño encontrar personas que sobrepasen los 90 años en muy buenas condiciones.
En general, la actitud de la gente hacia los viejos es respetuosa, lo que se hace evidente cuando les dan su preferencia en lugares públicos. En los buses, por ejemplo, cuando sube una persona con un bastón, solo falta que el conductor se levante de su asiento para cedérselo. Sin embargo, también se aprecia un sentir en el público de estar tratando con personas algo caducas, con sus capacidades disminuidas, de hablar y caminar lento, con la cabeza gacha y tristes, lo que justificaría un distanciamiento de ellos. Es posible que así sea en algunos casos, pero en su gran mayoría no lo son.
Los viejos andan lento, en primer lugar, porque no tienen prisa, pero muy especialmente como consecuencia del pésimo estado de las veredas, prácticamente en todas las comunas del país, que es un mal endémico al que nos hemos acostumbrado. De ahí que la cabeza gacha sea para observar donde se pisa y la expresión, más de preocupación que de tristeza, se deba a la posibilidad de un accidente. En cuanto a sus capacidades intelectuales, pareciera temerario generalizar para un sector específico de la población, en especial cuando se trata de personas con mucha experiencia de vida. Consecuentemente, correspondería más bien una actitud de acercamiento hacia estas personas que han vivido varias veces lo que aqueja a muchos por primera vez.
Los viejos, por su parte, conscientes del sentir del resto, asumen una actitud más bien contemplativa con mucha prudencia y recato en el actuar, cualquiera sea el medio en el que participen, lo que no obsta para que observen y aquilaten usos y costumbres que ya no le son del todo comunes a lo que fueron sus propias experiencias.
Esta absurda diferencia entre los más viejos y quienes no lo son, genera una falta de comunicación, lo que hace perder una gran cantidad de experiencia útil de vida.
La vejez se deja sentir en forma lenta pero continua y se hace presente a través de los achaques, molestias de todo tipo e intensidad que con inusitada frecuencia nos afecta. Un pequeño dolor en uno de los pies, una curiosa mancha en un brazo, dolores de cintura, un hormigueo en una pierna, problemas para ver de cerca, en fin, pueden ser muchos, de aparición instantánea, y sin una razón que justifique su presencia. La mayoría de ellos desaparece como llegaron; esto es, sin explicación alguna, pero hay achaques que permanecen y se acumulan con aquellos que quedaron de jornadas anteriores, dejando en evidencia un deterioro de nuestra condición de salud, ante lo cual poco podemos hacer y no hay posibilidad alguna de reclamos.
Ante esta situación, la medicina ha respondido con la formación de especialistas para abordar el problema de los achaques, que pueden ser de distinta naturaleza, dándoles un tratamiento integral, de manera de atenuar sus efectos o compensar uno con otro, procurando alcanzar la mejor calidad de vida posible para el adulto mayor, de acuerdo con sus características, edad, expectativas de vida y otros. Habrá entonces, personas que mantengan ciertos achaques pero con un nivel soportable. No resulta posible erradicarlos absolutamente.
Dado que la vida no presenta otras etapa más allá de la vejez, sin duda su principal enemigo es el fin, o lo que es lo mismo, la misteriosa, temida e inevitable muerte, lo que naturalmente fija la atención del adulto en sus sentires y de acuerdo con ellos apreciar la cercanía del fin de nuestros días.
Cual más, cual menos, todos tenemos una teoría sobre la muerte… “se pasa a otra etapa”,… “opera la reencarnación”;…“¿el cielo?”;… ¿el infierno?;…¿el fin,fin?. Un amigo sostenía que su teoría era la más objetiva ya que la muerte nos ha acompañado desde que nacimos y se ha hecho presente a través del dormir; un estado de inconciencia total.
Cualquiera, todas, solo una, o algo totalmente distinto puede ser la muerte, pero en lo que debemos convenir es en que la vida es sin duda lo más extraordinario que nos ha pasado y debe tener un final acorde con ese nivel. De lo contrario, se imaginan la tremenda decepción…