Pero cuidado porque no todo es siempre “miel sobre hojuelas» como parece.
El sentimiento surge como consecuencia de un estímulo a nuestras emociones, proceso complejo que se desarrolla en nuestro interior y que deriva en una reacción, como podría ser el dolor, generado involuntariamente por cierto, al golpearnos un dedo con un martillo, lo que además de las consabidas maldiciones, nos acompañará por un tiempo, dependiendo de nuestra actitud previsora al contar o no con medios curativos.
Pero también se produce como consecuencia de nuestra relación con el prójimo, en cuyo caso el asunto se complica, ya que no se produce instantáneamente como ocurre con el dedo, sino que en términos relativos; esto es, en cuanto a su intensidad y sus efectos; su duración, que podrá ser pasajero o acompañarnos indefinidamente; o bien al nivel de satisfacción que nos genera.
Sin duda, el más importante es el relativo a nuestro comportamiento y el nivel de bienestar que nos produce. Habrá algunos que acogeremos con especial agrado, al hacernos sentir que disfrutamos plenamente de la vida. La alegría, por ejemplo, o la felicidad, representan las máximas aspiraciones de todo ser humano. En un nivel menor, nos encontramos con otros que nos resultan gratos, como el sentirse seguro, sano, querido, correspondido y otros, que también contribuyen eficazmente a nuestro bienestar.
En el extremo opuesto, lamentablemente se presentan sentimientos que nos incomodan y resultan poco agradables e incluso llegan a ser insoportables. En este sentido, la lista es larga, desde una simple molestia hasta el odio, máxima expresión de aversión hacia otro ser humano. Entre estas cabe mencionar la pena, la envidia, los celos, el resentimiento, la ira y tantos otros, que regularmente consideramos superables, pero, cuando les ocurre a otros. Cuando el sentimiento es propio, cambiamos de postura y lo justificamos. Los tratantes de la mente hacen y han hecho pingües esfuerzos por superar o al menos atenuar los efectos de estos desagradables sentimientos. El problema es que los afectados no asimilan sus indicaciones y siguen con ira, celos, envidiosos, etc. Como diría un hombre práctico, son cosas de la vida.
Pero hay uno que es el non plus ultra de los sentimientos y es el amor, tema sobre el que se ha escrito más que sobre cualquier otro y se seguirá haciendo, con la peregrina idea de encontrar una faceta nueva sobre el tema y de ahí a la gloria. Sobre el punto, el que ofrece características especiales es el referido a una pareja, el que se sabe cuándo comienza, a través de una recíproca y encantadora atracción, pero no como termina, lo que va desde una idílica relación con hijos y nietos, después de muchos años, hasta una violenta ruptura en que ambos, incluidos lamentablemente también algunos hijos, pasan a ser víctimas. De acuerdo con estos resultados, será difícil establecer si estamos ante un sentimiento que nos reporta agrado o no, o bien si gradualmente fue pasando de una a otra condición, materia investigativa, como se dice ahora, si bien de una importancia relativa.
Un serio inconveniente, es la pérdida de algún grado de conciencia en la etapa de encantamiento, con que se inicia el proceso de unión de la pareja, al justificar o no dar importancia a hechos que sí la tienen, como la situación económica, o a la necesidad de vivir con terceros o separados, problemas de empleo, alguna afición desmedida de alguno de ellos, o de ambos. Todas ellas conocidas por familiares o personas cercanas a la pareja y en algunos casos temerariamente advertidas a esta, con el peligro de ser rechazadas de plano e incluso producir una ruptura con dramáticos efectos.
Resulta absolutamente incomprensible, que en la situación tal vez más importante de nuestras vidas por sus efectos, en que obviamente requerimos ser más racionales, objetivos y conscientes de nuestra realidad, actuemos en el sentido inverso, absolutamente en contra de nuestros propios intereses.
Al respecto, cabe señalar que este amor en la pareja consta de dos sentimientos más bien paralelos, habida consideración que pueden comportarse independientemente el uno del otro y que son el cariño y la pasión. El primero, con su cara amable, surge por la afinidad de la pareja, a lo que se agrega buenos deseos, necesidad de compartir, preocupación, apoyo, etc. El segundo, un volcán, sin mucha racionalidad, que es el sexo o atracción puramente física. Sobre estas bases, ante el convencimiento que uno tiene cariño por el otro y existe además una atracción física, no habrá argumento alguno que le haga ver que no se está en el paraíso y cualquier dificultad no se solucionará fácilmente. Un término de la relación en esas circunstancias significaría un dolor inmenso y la desdicha eterna. Vaya usted a convencerlos de lo contrario…imposible.
Lo que podría ser una explicación a nuestra perplejidad por esta situación, no es tal por cuanto el cariño puede mantenerse indefinidamente, mientras el atractivo sexual por la pareja decae ostensible y a veces rápidamente, salvo honrosas excepciones, es decir, tienen un comportamiento disímil. El punto ¡oh paradoja! es que el deseo sexual, natural en el ser humano, se mantiene inalterable y más de algún problema podrá generarnos en el futuro con un tercero… o tercera.
Después de esta perorata, debemos convenir en que el tema no tiene pies ni cabeza.