La idea básica es alejarse de la gente, como una forma de poder meditar u orar.
Persona que vive en soledad, alejada de cualquier comunidad, cuyo origen lo encontramos principalmente entre los religiosos, en especial entre los cristianos, sin perjuicio de prácticas habituales con anterioridad en centros culturales, como Alejandría en el norte de Egipto, por allá por el año 300 a.c.
En este último caso, motivada por la inquietud de los intelectuales de la época por encontrar respuestas sobre una infinidad de temas e interrogantes. Entre los religiosos, cristianos y otros, común durante la Edad Media, el objetivo era venerar y adorar a Dios a través de la oración como única actividad y con ello la salvación eterna. Esta tendencia hacia el aislamiento, se mantiene vigente hoy en día, naturalmente con algunos matices, sea por propósitos nuevos, condiciones de vida muy diferentes y otras.
La idea básica es entonces, antes y ahora, alejarse de la gente, como una forma de poder meditar u orar sin ser interrumpido, evitar distracciones, que alguien se inmiscuya en nuestros asuntos, o bien por la simple razón de no querer toparse con otra persona, verla, tener que atenderla, oírla, ni ninguna otra actitud que pudiera inspirarnos, pensando en una relación convencional. Se trata de estar solos.
Para ello, la aventura se inicia con la búsqueda de un lugar para vivir, aisladamente por cierto. En Egipto por ejemplo, bastaba con una cueva en el desierto o la posibilidad de encontrar materiales básicos para construir una pequeña choza, sin un diseño especial ni ornamento alguno, olvidando desde luego la cocina y el baño, dado que las condiciones de extremo aislamiento del lugar escogido, hacían absurdo el pudor o recato, permitiendo un actuar desinhibido no sujeto a costumbres urbanas que luego aparecerían.
Con el tiempo, dicha situación se fue complicando, se incrementó la población, disminuyó la cantidad de lugares adecuados, con el agua siempre escasa como problema adicional, para culminar en la actualidad con los arriendos, difíciles de conseguir, tanto por su costo mensual como por los de garantía, además de otros gastos que la modernidad impone. Por otra parte, nos enfrentaremos con la sociabilidad de los vecinos, en que no cabe que los rechacemos, por cuanto seríamos objeto de cierta animadversión generalizada, situación absolutamente inconveniente para quien busca la paz y tranquilidad como sistema de vida. Lograr un equilibrio entre esto último y el asedio de los vecinos, a los que podríamos agregar a familiares y amigos, complica aún más el panorama.
Otro aspecto que merece un rápido análisis, es lo que motiva esta inclinación hacia el aislamiento del resto de los mortales. El afán religioso o de meditación sobre incógnitas existenciales, sin duda es una razón que ha inspirado a nuestros antepasados. Sin embargo, en la época actual es cada vez menor la cantidad de interesados en esos temas, tal vez porque tanto se ha escrito sobre ellos, que inevitablemente surge la duda, sobre si realmente seremos capaces de ser originales en lo que descubramos y le presentemos a nuestros semejantes, después de una no despreciable cantidad de años de investigación. Un papelón, no cuesta nada.
En consecuencia, podemos concluir en que ha surgido una especial modalidad de ermitañismo que es el Urbano, cuya principal característica es que el aislamiento ya no será total, sino solo relativo. Esto significa que el lugar en el que siempre soñamos para vivir esta experiencia, ya no estará enclavado en el cerro, habitando una pequeña choza, alimentándonos con verduritas y unos pollitos, bajo un silencio profundo, interrumpido solo a veces por el trinar de unos pajaritos. Será en cambio, un departamento en un edificio de 20 pisos, expuesto plenamente al consiguiente bullicio generado por miles de vecinos, con sus niños por supuesto. Estaremos acompañado además por un sinnúmero de aparatos que nos ha regalado la ciencia, como la televisión, internet, celulares, whatsap, calefacción, delivery, en fin, todo lo necesario para entretenernos cómodamente si bien absolutamente imposibilitados para desconectarnos del medio.
Con problemas para aislarnos y con una fuente de inspiración que ha ido perdiendo vigencia, ¿cuál sería el motivo o la necesidad para asumir una actitud tan drástica? En busca de una respuesta, cabe apreciar cómo ha evolucionado la vida del hombre desde su infancia y el nivel de dependencia y necesidad de compartir experiencias con sus semejantes.
Cuando niño, el agruparse con otros es imprescindible para poder realizar la tarea más importante en esta etapa de la vida, que es el jugar. No resulta imaginable que un niño deje de jugar al fútbol, por ejemplo, para irse a un lugar solitario para meditar. Lo mismo ocurre luego en la adolescencia en que el intercambio de experiencias con sus iguales resulta fundamental, al enfrentar situaciones y conocimientos nuevos. Luego, la imprescindible presencia de la pareja para conocer el amor y el sexo, imposible de experimentar en soledad. Después vendrán los hijos, el trabajo, las necesidades de recursos, especialmente económicos, para lo cual con frecuencia, o más bien siempre, requeriremos de ayuda.
Finalmente, vendrá la madurez, ya avanzada después de superar el medio siglo de vida, en que repararemos en todo lo que hemos logrado, para concluir en la sabia frase “es lo que hay”; ni más ni menos. Al evaluar el nivel de satisfacción alcanzado, considerando especialmente la familia, el trabajo, el desarrollo personal y económico, la salud, el amor, entre otros, siempre, al menos uno de ellos, resultará deficitario lo que al ser negativo incidirá poderosamente en la percepción general que logremos, inclinando la balanza hacia el menos. En estas circunstancias, en que nuestra importancia relativa prácticamente desaparecerá del medio y el nivel de dependencia del resto se habrá visto claramente aminorado, se producirá un aislamiento natural cada vez más evidente. Sin duda se darán entonces, las condiciones ideales para ejercer la meditación y con ello convertirnos en un ermitaño.
Ahora bien, ¿cuál debería ser el o los temas en los que volquemos toda nuestra sabiduría?, habida consideración de la evaluación realizada, que nos deja con un nivel de entusiasmo y optimismo solo relativo, con algo además de frustración y molestia por esos resultados. Surgirá entonces una exclamación mental interna acorde con el desánimo, expresada en un “cómo es posible que…” relativo a todos los aspectos que han estado presentes en nuestras vidas. Probablemente, no descubramos nada, pero que nos permitirá desahogarnos…vamos.