Quiso el destino, que los excelentísimos miembros de la RAE se reunieran para evaluar la marcha del idioma, para encontrarse con la citada expresión y más de alguno, con una sonrisa socarrona, ha dejado ver su sorpresa por tamaña incultura.
Hace más de doscientos años; esto es durante la Colonia, la vida ciudadana pareciera que no era muy entretenida. Desde luego debía esperar por la aparición de la energía eléctrica y con ello la de un montón de aspectos que hoy nos hace disfrutar plenamente, como es la luz artificial, el teléfono, medios de transporte rápidos y seguros, sin dejar de mencionar la radio, la televisión, la computación, internet, el cine, y tantos otros inventos que hoy nos garantizan la entretención y el divertirnos a más no poder.
Lo anterior puede mover a varios a un rechazo absoluto de esas ventajas, asumiendo que más bien han embrutecido a la población, erradicando la comunicación directa como principal fuente de entendimiento entre las personas y por ende del progreso integral como sociedad. Tal vez, un poco de luz artificial, un teléfono en su modalidad de fijo, más un vehículo discreto y simple habría sido suficiente. Pero en fin, el mal está hecho
Estructurada sobre la base de clases sociales muy definidas, como eran las provenientes de España dominante y ciertamente privilegiada, los mestizos de la unión de los primeros con los indígenas, y estos últimos que era la gran masa trabajadora y muy oprimida.
No eran muchas las entretenciones existentes en esa época, limitándose a las famosas tertulias o reuniones en que se conversaba, además de comer y beber, algo de música, jornadas que se realizaban por separado entre los distintos estamentos. Además, estaban las celebraciones rememorando acontecimientos de origen español principalmente, o por aquellas de carácter religioso impuestas por la Iglesia Católica, con las tradicionales procesiones, a las que todos asistían con especial fervor, so pena de una reprimenda por no hacerlo.
Una de las costumbres obligadas eso sí, era la asistencia a misa los domingos, a la que los nobles (no está nada de claro que lo fueran) acudían con sus familias en tenidas de gala, para luego pasear por la Plaza de Armas, saludando a sus iguales con ademanes finos y protocolares, con caras sonrientes y amables.
Los oprimidos por su parte, aprovechaban esa oportunidad para ofrecer sus productos elaborados con gran sacrificio, para el deleite de los más pudientes. Surge entonces la expresión “de dulce y de grasa” que pregonaban en el entorno de este particular encuentro, referido a productos alternativos en sabores, como podría ser de pino o de queso en el caso de las famosas empanadas. Esto ha sobrepasado los tiempos para convertirse en una tradición de nuestra cultura lingüística. Hasta hace poco se usaba para aludir a condiciones propias de los tiempos, pero manteniendo la idea de considerar encontradas situaciones sobre un hecho determinado, denotando algo de positivo o negativo en forma simultánea. “Estuvo bien, pero…”
Quiso el destino, que los excelentísimos miembros de la RAE se reunieran para evaluar la marcha del idioma, para encontrarse con la citada expresión y más de alguno, con una sonrisa socarrona, ha dejado ver su sorpresa por tamaña incultura. Esto llevó a que se lograra el acuerdo de aceptar el término “de dulce y agraz” como expresión castiza, reemplazando naturalmente al criollo “de dulce y de grasa” que tan bien representa un momento de nuestra historia. En este caso, inexplicablemente no se consideró la expresión como un modismo o chilenismo, echando por tierra nuestros sentimientos.
Lo anterior debiera motivar nuestra enérgica protesta, o al menos continuar usando el “de dulce y de grasa” como estábamos acostumbrados, sin considerar siquiera lo acordado por la RAE. El problema es que, lamentablemente, se ha estado masificando la indicación de ese organismo, al punto que somos corregidos rápidamente ante el uso temerario de tan original expresión, sin reparar en el daño cultural que se nos ha infringido.
Una última reflexión; se imaginan a nuestros indígenas, muy pobres, analfabetos, propalando sus productos con un ¡¡ de dulce y de agraz !!, para una clientela que muy probablemente tampoco sabría su significado.