Desde hace algunas décadas, el progreso tecnológico ha experimentado un desarrollo extraordinario, lo que sin duda ha sido determinante para permitirnos una vida más placentera en actividades cotidianas. La comunicación entre las personas se ha hecho prácticamente instantánea; la información sobre los acontecimientos mundiales la vemos en directo, al igual que son infinitas las posibilidades de encontrar datos sobre algún tema que nos interese. Las transacciones comerciales y financieras se desarrollan en pocos minutos a cualquier hora del día. Lo mismo ocurre con los medios de entretención, variados y en gran cantidad.
A través de los computadores y celulares, además de cajeros automáticos, pequeñas cajas registradoras en el comercio, y a las famosas y variadas tarjetas de crédito, accedemos a todos estos adelantos que la ciencia nos brinda, lo que hace 40 años resultaba impensable.
Sobre este punto cabe distinguir tres grupos que intervienen en este nuevo modo de vida. En primer lugar, los inventores del sistema, para los que solo caben palabras de alabanzas, reconocimiento y gratitud, toda vez que su afán último era alcanzar un medio para hacerle más grata la vida a la población, lo que se ha conseguido con creces. Después, estamos los usuarios, simples mortales ávidos por cumplir rigurosamente las indicaciones que se nos dé para incorporarnos al sistema. Y, por último, están los inefables intermediarios; esto es, quienes reciben las directrices técnicas de los inventores, para que elaboren los programas y procedimientos a seguir para poder dar cumplimiento al objetivo final.
Si el propósito era mejorar la calidad de vida de la población, no cabe duda que un requisito esencial era encontrar la máxima simplicidad, tanto para que el usuario entendiera el sistema como para que lo operara en forma fluida sin sobresaltos de ningún tipo.
Sin embargo, para las personas mayores, a los que les cuesta aceptar de buenas a primeras la infalibilidad de algún cambio drástico en la forma habitual de operar algún mecanismo, el asimilar este verdadero proceso ha resultado complejo y al intentar hacerlo, son tantas las advertencias que recibe, que ciertamente le genera un problema. Aparecen en la pantalla múltiples opciones de manipulación, variadas indicaciones para no incurrir en errores, ofrecimiento de ayudas o asesorías, para finalmente solo tener que apretar aquí, con el horror que eso significa. Todo ello además en idioma inglés, dando origen a los ya famosos link, WhatsApp, mail, app, página web, USB, SPAM, código QR, Giga byte, y muchos otros. Esto, ciertamente obnubila al mayor de edad, inocente aspirante al mundo de la cibernética, cuyo sentimiento más profundo pasa a ser el no equivocarse al apretar una tecla, todas diminutas dentro de un pequeño espacio, y no borrar todo, o tener que ir al Banco o a alguna casa comercial para que le solucionen el desaguisado que motivó el bloqueo de su tarjeta.
Es muy probable que las personas mayores vayan perdiendo ciertas habilidades manuales como para operar artefactos mecánicos nuevos, lo que nada tiene que ver con la inteligencia o la sabiduría para tomar decisiones; prueba de ello es que una persona que supera a veces largamente los 60 años de vida, se encuentra en muy buenas condiciones para asumir cargos de importancia a todo nivel, en tanto los menores, definitivamente no lo están.
De cualquier forma, es justo convenir en que el objetivo de mejorar la calidad de vida de la población se ha cumplido exitosamente, si bien se desestimó a un importante segmento de ella. Otro protagonista, surgido en pleno proceso de desarrollo de la técnica, es la publicidad, cuyo aporte ha sido más bien perturbador. Pero, en fin, todo sea por el logro alcanzado que no puede ser perfecto.
Es necesario reparar también, en un efecto negativo que ha generado esta verdadera revolución en nuestro sistema de vida. Las personas cada vez se distancian más unas de otras y ya prácticamente no se miran a los ojos. Si observamos una vía peatonal concurrida en cualquier comuna de la ciudad, podemos apreciar que se transita mirando hacia abajo, obviamente hacia la pantalla del celular, o bien totalmente abstraído, con los audífonos en las orejas, sin importarles para nada con quién se cruzan o qué ocurre a su alrededor. En los medios de transporte, la gente se desentiende del celular o del audífono, solo para advertir la proximidad de la llegada a su destino. Otra situación común se produce cuando una animada conversación se ve abruptamente interrumpida por una llamada telefónica, cualquiera sea el lugar en que se produzca, con lo que la comunicación personal desaparece.
Adentrándonos en los distintos barrios de cualquier comuna, vemos calles casi desiertas, sin niños jugando, ni animadas conversaciones entre vecinas como era habitual hace algunos años. Las plazas, antaño centros de gran actividad y de encuentro, han perdido esa característica y hoy presentan un aspecto desolador, a veces alterado por la presencia de grupos con costumbres no muy santas.
Si nos concentramos en lo que ocurre dentro de las casas, no es difícil imaginar niños jugando en internet, jóvenes disfrutando de la música a través de sofisticados aparatos y a los mayores encantados con una serie en la televisión o viendo una competencia deportiva transmitida en directo desde cualquier parte del mundo. Todos ellos interrumpen su quehacer en algún momento, para acudir individualmente a la cocina de la casa para comer “algo”. Las cenas en familia perdieron su sentido, lo mismo que los momentos para la conversación. Las reuniones ampliadas con parientes y amigos se limitan a la celebración de un cumpleaños, una graduación, alguna tragedia o para un matrimonio, si bien por alguna razón, estos son cada vez menos frecuentes.
Lo anterior nos lleva a un aislamiento derivado de las satisfacciones que nos genera la nueva modalidad de vida, en que aparentemente la necesidad de convivir con otros no presenta beneficios, más bien molesta. Nos limitamos entonces, a considerar solo a aquellos con los que existen intereses comunes, que puede ser un pariente, un amigo, un compañero de estudio o trabajo, y desde luego la pareja con la que compartimos todo; lo demás, ¿para qué?
Este afán individualista presenta un gran inconveniente, que es el paso del tiempo y con ello la posibilidad que el pequeño círculo se vea reducido, sea por desavenencias con la pareja, rumbos dispares con el amigo o compañero, lo que conduce a un aislamiento mayor y con ello a la soledad, sin tener a quién recurrir en caso de ser necesario. Esto es especialmente dramático cuando se llega a la vejez. Valores tan importantes como la solidaridad, la cooperación, el apoyo, van perdiendo vigencia, lo que a la larga nos llevará a comportarnos como zombis; seres inanimados, desprovistos de cualquier sentimiento de alegría o satisfacción.
Mucho se ha escrito sobre las necesidades humanas, entre las que se destacan la de pertenecer, participar, ser aceptado, considerado, acogido, protegido, reconocido y otras, lo que naturalmente ha conducido al hombre inevitablemente a vivir en sociedad y compartir en ella la satisfacción de estas necesidades tan importantes para su desarrollo.
El ideal sería que cada cual reflexionara sobre la actitud asumida, para concluir en la conveniencia de un cambio que permita acercarnos más, compartir estrechamente con nuestras familias, amigos, compañeros y poder volver así a disfrutar de la compañía. Esto resulta fundamental en el caso de los niños y adolescente durante el maravilloso proceso de crecimiento, por cuanto les permitiría compartir experiencias tan valiosas y que en esa etapa de la vida… son todas nuevas.
Pero, en este proceso de modernización de los usos y costumbre de la población, el mayor responsable es el Estado, que debiera preocuparse por la forma en que se desarrolla la convivencia y adoptar las medidas correctivas para propender a una real y efectiva mejor calidad de vida de las personas, en un ambiente de amistad y cooperación. Lo anterior no significa en absoluto omitir o prescindir de los adelantos científicos y tecnológicos en todos los aspectos. Ambos, necesariamente deben complementarse.
Una primera tarea debiera orientarse a fomentar el encuentro entre las personas, sea en el ámbito cultural, social, deportivo, recreativo, utilizando todos los medios necesarios para revertir este ambiente de tristeza que actualmente se advierte y que nada bueno augura. En esto, el Estado y las organizaciones comunitarias, tienen la palabra.