La circunstancia de que seamos un país, una nación, no es casualidad.
Cuando los países pasan por períodos difíciles, en los cuales es trabajoso identificar motivaciones compartidas, como es el tiempo que por numerosas y diversas razones está viviendo la sociedad chilena, puede resultar adecuado y positivo preguntarse por los fundamentos de la vida en sociedad, de la comunidad.
La circunstancia de que seamos un país, una nación, no es casualidad, sino que obedece a razones históricas, geográficas, culturales, sociológicas y, hay que decirlo, también morales. Es decir, tenemos un sentimiento de pertenencia, una convicción íntima que nos remite a la vida en común en esta comunidad nacional que es Chile, y no en otra. No nos es indiferente vivir y proyectar nuestra existencia en esta tierra, sino que es algo natural que nos conecta y compromete con el destino de toda la comunidad.
En este contexto, parece oportuno volver a hablar del bien común, ese concepto que hoy parece olvidado o extraviado en el discurso de los dirigentes nacionales. Este concepto alude, en primer lugar, a aquello que nos hace bien, que nos ayuda a ser mejores, más íntegros, más plenos como seres humanos, y hacia lo cual tenemos una disposición o tendencia natural. Todos añoramos lo bueno, en el sentido de que buscamos lo que nos hace bien; es decir, este concepto no es indiferente sino que es una realidad que de alguna manera endereza nuestras existencias en una cierta dirección. Pero no se trata de un bien individual, que le interesa sólo a una persona o a un grupo pequeño de personas, sino que concierne a toda la sociedad. Y, precisamente, los dirigentes, los líderes, en sus diferentes ámbitos de acción, debieran tener la lucidez y la capacidad de discernir cuál es ese bien que nos conviene a todos, y no sólo a una parte, a una facción o a un partido.
Todo esto es importante porque tiene que ver directamente con la supervivencia de la sociedad. Ahora, este bien común que nos interesa a todos, por supuesto, tiene dimensiones de orden material y también de carácter espiritual o moral; en el plano material se refiere a que es importante que todos los integrantes de la sociedad puedan acceder a mínimas condiciones de existencia que les permitan desarrollar sus potencialidades, y en la esfera espiritual o moral, apunta a generar una atmósfera vital de valores compartidos, una convivencia basada en el respeto por las personas y sus ideas, de valoración de la cultura común y de aprecio por las manifestaciones del espíritu.
Si pensamos, por ejemplo, en iniciativas que apunten a mejorar la calidad de las prestaciones de salud, de la educación de los niños y jóvenes, de las condiciones del trabajo, o de las acciones de la seguridad social, claramente podemos reconocer que ellas promueven el bien común, y por lo tanto son positivas y debieran contar con el apoyo de todos los sectores.
A su vez, en el plano moral o del espíritu, son obras que sin duda favorecen el bien común aquellas acciones que refuerzan la identidad de la sociedad, que nos acercan a la cultura compartida, o que nos comprometen a unirnos en programas de ayuda solidaria a quienes lo necesitan.
Todas estas actividades, en definitiva, nos robustecen como comunidad, refuerzan la identidad que nos distingue, y nos hace ser más conscientes de que no sólo tenemos unas raíces comunes, sino que estamos enlazados y unidos por un destino común.