“El Parlamento chilensis”

por | Jul 24, 2023

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La política encuentra uno de sus principales protagonistas en la gestión que desarrollan los  parlamentarios; diputados y senadores que consagran su vida al servicio público sobre la base de una vocación que todos declaran poseer, lo que no está en discusión. Su misión principal es la de aprobar las leyes que nos rigen, de ahí su importancia. En su gran mayoría son reclutados por los Partidos Políticos, que detectan en ellos ciertas habilidades para incorporarlos a su organización.

Estos Partidos, que agrupan a personas que comparten  un mismo ideario, ejercen una labor fundamental para posibilitar la carrera política de sus miembros, al nominarlos para distintos cargos de elección popular, para finalmente hacerlo para sus postulaciones al Parlamento. Erigidos entonces como flamantes parlamentarios, con toda su vocación en alto, surgen algunos aspectos que de alguna manera afectan su propósito inicial. Estos son el Poder y el Dinero.

La facultad de decidir  en última instancia sobre el apruebo o rechazo de un proyecto de ley, es un acto de responsabilidad y de poder enorme, en especial si se considera que los parlamentarios son una ínfima minoría dentro del país y  de sus votos  depende la suerte del resto; esto  es, de 18 millones de personas, que creyeron en ellos, que esperan la solución de sus problemas y lograr así una mejor calidad de vida. La ciudadanía los imagina, entonces, estudiando, empapándose de cada problema, recurriendo a la asesoría de reales expertos, en fin, dando rienda suelta a la vocación que los inspira, para finalmente decidir sobre cada proyecto de ley, cuyo cumplimiento será obligatorio para todos los chilenos. 

Esta libertad  para asumir la trascendental  decisión se ve opacada con las llamadas Órdenes de Partido, que son determinadas por razones estratégicas orientadas a la proyección de la organización en el tiempo. Surge la duda, por ejemplo, cuando vemos que la posición de un parlamentario frente a un proyecto, resulta absolutamente antagónica con la que tuviera tiempo atrás sobre el mismo tema, con la única diferencia que su Partido ya no es parte del Gobierno, sino que está en la Oposición. Lo mismo ocurre a la inversa con los que estaban en el bando opuesto y ahora son gobierno. Para la ciudadanía esto no tiene explicación  alguna, generando una natural  falta de credibilidad y confianza  sobre todo el sistema, en especial sobre los parlamentarios que son los actores y por ende más expuestos a la crítica. Esta actitud de aparente inconsecuencia, genera además efectos inéditos, como las variaciones producidas en los resultados de las últimas elecciones, en que las preferencias ciudadanas han cambiado espectacularmente de un extremo a otro dentro del espectro político.

Resulta difícil entender que los Partidos Políticos, por muchas diferencias que existan entre ellos y consecuentemente entre los propios parlamentarios, no encuentren fórmulas de solución a los problemas más álgidos de la población como la educación, que cada vez está peor, la salud, las pensiones, ahora la delincuencia, después de tantos años en que han sido el clamor popular. Es incomprensible, asimismo, que cualquier postura de un parlamentario, contará siempre con el rechazo inmediato de sus oponentes. Queda en evidencia entonces, que la disputa entre los sectores se centra más bien en que el adversario no avance, sin considerar que tras los problemas hay quienes  sufren, y mucho.

Naturalmente que para un parlamentario el cobijarse bajo el alero de su Partido es determinante, pues buena parte de su continuidad como tal dependerá de este, por lo que  es impensable que haga una crítica pública a la organización a la que pertenece. Lo anterior ha dado pábulo para que en la actualidad existan más de veinte organizaciones políticas,  lo que deja en evidencia que las posibilidades de consenso sean mínimas, en especial cuando la proliferación, ya no es  ideológica, sino que responde a intereses más bien puntuales o locales. 

En estas circunstancias la ciudadanía asiste como testigo, perpleja ante tanta discusión estéril  sin resultado alguno, viéndose incapaz de asumir una actitud distinta en forma directa, pues el sistema no  lo permite.  La violencia, que sería la otra alternativa, ha demostrado no ser un método viable ya que genera males mayores e irreversibles.

El dinero, por su parte, no deja también de alterar, o al menos distraer, la vocación de servicio del parlamentario, por cuanto se une al afán por cumplir una buena labor, otro objetivo trascendental, que es mantenerse en esa posición. La gran mayoría de ellos debe experimentar una gran satisfacción al hacerse acreedores a una dieta que supera toda expectativa además de otros beneficios y granjerías nada despreciables.

Surge, entonces, una nueva misión que deben cumplir paralelamente, que es buscar la forma de conservar ese trabajo a como dé lugar. Con ese propósito, el parlamentario debe distraer buena parte de su tiempo para tratar de darse a conocer, participando en cualquier actividad pública que lo permita, especialmente en los medios de comunicación, sea en entrevistas, debates, mesas redondas, u otros programas absolutamente desvinculados del tema político, a cualquier hora del día desde muy temprano en la mañana hasta avanzada la noche. En esas instancias, muchas veces deben justificar su cometido parlamentario y explicar las razones de su actuar, lo que produce en algunos  cierta incomodidad  o al menos asumir que no son comprendidos a cabalidad. En los foros televisivos, por  otra parte, que cuentan con una masiva audiencia, aplicando un concepto propio del ámbito deportivo, deberíamos concluir en que terminan empatados, sin trascender para nada en ningún sentido.

Lo expuesto deja en evidencia que el sistema político se encuentra enmarañado y ha llegado a un estado de entrampamiento, en el que no es posible avanzar sin mediar un cambio de actitud.

La única arma con que cuenta el ciudadano común y corriente, que es por lo demás uno de los fundamentos del sistema democrático, es la de pronunciarse a través del voto, lo que en definitiva significa  delegar su facultad de decisión en un tercero. El sistema presenta muchas deficiencias como para generar conciencia entre la población sobre la importancia y trascendencia de este acto. La principal, es la falta de educación desde el colegio, lo que supone una labor de capacitación profunda por parte del Estado, utilizando todos los medios a su alcance para llegar a la mayor cantidad de personas, cualquiera sea su condición social, económica, cultural, religiosa, etc.

Otra falencia, es la calidad de la información que se entrega a la población, a la que junto con proporcionarle los datos sobre el procedimiento mismo de votación, pareciera  conveniente agregar además  antecedentes uniformes sobre cada uno de los candidatos que puede elegir, de manera que conozca sus antecedentes, para en función de ellos encontrar al que mejor lo represente. Todo ello, sin perjuicio de averiguaciones personales que son muy importantes como para dar satisfacción sobre la opción electa. Por último, hay también una responsabilidad de los electores que generalmente entregan su preferencia basada en conocimientos muy parciales y a veces ninguno sobre los candidatos. Con ello la ciudadanía pierde legitimidad como para inculpar solo a terceros, por cuanto esos actores fueron elegidos… por ella misma. El contar con buenos senadores y diputados es un buen punto de partida para elevar el nivel de eficiencia de la política y con ello abrir la esperanza de solución de nuestros eternos males.

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