En estricto rigor, como dicen los abogados, se trata de la ausencia de ruidos, lo que pareciera que solo es posible que ocurra en el espacio aéreo o tal vez en zonas desérticas, alejadas del mundanal.
En el contacto con nuestros semejantes, el silencio dice relación con la posibilidad de quedarnos callados, o hablar lo justo y necesario al sostener una conversación. Sobre el punto se ha escrito mucho y no son pocos los filósofos, intelectuales y escritores en general, que han manifestado a través de ingeniosas frases, la conveniencia de tener esa actitud, ante el peligro de decir algo inconveniente y que luego pueda afectarnos.
Es claro que no resulta posible mantener un silencio absoluto, no solo porque la comunicación se haría inviable, sino porque al hacerlo podríamos comprometer seriamente nuestra dignidad. Un silencio total, nos haría aparecer como posibles inculpados en un delito o cómplices de un hecho censurable, participando de ideas o acciones que nos resultan contrarias a nuestro sentir, o avalando un hecho al que nos oponemos absolutamente. Así también, al hacerlo, impediría manifestar nuestra voluntad para hacer posible un hecho trascendente en nuestras vidas, como el matrimonio, por ejemplo – si bien para algunos habría sido la solución – o bien para aceptar un trabajo, un premio, una ansiada operación financiera, o en un plano más trivial, para rechazar una invitación a un evento que nos desagrada o para aceptar otra que nos satisface. Son muchas las situaciones que nos exige un pronunciamiento categórico y definido, por breve que sea.
En el sentido opuesto, están los que hacen del hablar una necesidad y no reparan en sus posibles efectos, que cuando no tienen un interlocutor al frente, pues lo buscan, sea en un consultorio, un compañero de viaje, o formando parte de una cola para diversos propósitos. Su característica principal es precisamente la de hablar, emitiendo opiniones no demandadas, contando historias reales o imaginarias, dando consejos a diestra y siniestra, o pronunciándose categóricamente sobre cualquiera sea el tema que en un momento se trate. Este personaje, lo encontramos con relativa frecuencia en reuniones de todo tipo, como en una junta de vecinos, o de apoderados en el colegio de nuestros hijos, además obviamente en el seno familiar y de amigos.
Pareciera que lo que motiva dichas actitudes, extremas por cierto, dice relación con una necesidad natural según Maslow, que es la de participar socialmente y el reconocimiento por parte de nuestros semejantes. Los unos para demostrar prudencia en el actuar y los otros para evidenciar su presencia. Por lo demás se trata de personas sin lesiones o alteraciones síquicas; es decir, comunes y corrientes, por lo que podemos atribuir su actitud a una particular manera de ser, lo que no es censurable per se.
La reacción ante estos personajes es generalmente negativa, tanto por el misterio o curiosidad que genera un silencio casi extremo, al vernos obligados a tener que descubrir muchas veces el sentido de lo poco que se dice, como por la incomodidad que produce un hablar continuo no desprovisto de aspectos discutibles.
Resulta evidente que una postura intermedia entre los casos vistos sería ideal, pero a veces pecamos de precipitados e incurrimos en actitudes no deseadas, lo que dependerá de la disposición anímica del momento, del grado de tolerancia, tranquilidad y paciencia con que enfrentemos el evento, cualquiera sea su naturaleza.
De lo anterior podemos convenir en que los encuentros deberíamos enfrentarlos con una cierta preparación sicológica, de manera de evitar excesos. Ser muy precisos, conscientes de lo que podemos o no decir, convincentes, además de mantener una actitud amable y serena, incluso incorporando algunas bromas bien estudiadas, cuidando eso sí de la oportunidad en que las hagamos presente. Ante tanto preparativo, surge inevitablemente la duda sobre la conveniencia de actuar en el sentido indicado o mejor dejarlo a la “buena de Dios” como se dice, cuidando de no perder nuestra autenticidad como persona, aspecto muy importante de preservar.
Debemos considerar, por otra parte, que la mayor o menor preparación para un evento dependerá naturalmente de quienes sean los interlocutores y la trascendencia del encuentro. Así por ejemplo una reunión familiar posiblemente nos demandaría menos preparación, pero ojo, en ningún caso como para prescindir de ella. Podríamos escribir muchos libros aludiendo a la cantidad de conflictos generados por una desafortunada alusión en el seno familiar. Ergo, la preparación es importante y necesaria. Dependerá de cada uno entonces, la forma en que nos comportemos frente al medio social, adoptando las providencias que estimemos necesarias. Al respecto, un dicho sabio y en este caso muy útil; “ni tanto, ni tan poco”.
En beneficio del desarrollado ego que hemos alcanzado hasta ahora, un consejo no despreciable; “la fama de simpático se consigue, hablando menos que nuestro interlocutor y escuchándolo con mucha atención”.