No es de extrañar. Hace unos días murió Igor Entrala y ningún medio dio la noticia. Olvido justificable para quienes viven plena madurez, pero una ingratitud a los que pintamos copiosas canas. Causa de la protesta: en el periodismo político, desde la segunda parte de los años 50 hasta más allá del 73, él fue figura radial y televisiva. Profesional ilustrado, empático, facilidad de expresión, sólidos contactos, incorruptible. Respetado por congresales y partisanos, miles de auditores seguían sus comentarios en emisora Cooperativa.
En tiempos en que el monarca absoluto de los tribunos era Luis Hernández Parker, Igor era el joven irreverente que le quitaba brillo. Cordial competencia que se extendió a la naciente televisión universitaria y que, curiosamente, los cobijó bajo igual bandera azul en el Canal 9 de la U de Chile. Con igual fidelidad la teleplatea pre-dictadura no se perdía HP en TV ni El Juego de la Verdad.
Fue a través de este último espacio que iba todos los miércoles a continuación del noticiario estelar tuve la fortuna de conocerlo. Durante nueve años lo dirigí frente a las cámaras. Emisión que en 1964 partió siendo miscelánica con un enano disfrazado de James Bond, disparando mientras aparecían los créditos en pantalla y que, a poco andar, derivó en su especialidad: la actualidad política a través de los personajes.
Año tras año el programa se transformó en favorito. Ganamos un Laurel de Oro. Dentro de la estación competía con A ocho columnas, conducido por Carlos Negro Jorquera y dirección de Enrique Sepúlveda. Nuestra amistad se consolidó. Trasnochamos y alucinamos. Al cuarto brindis recordaba su rancia prosapia castellana y declaraba que era monárquico.
La carrera presidencial de 1970 fue intensa. Tres candidatos soñaban heredar a Eduardo Frei Montalva en La Moneda. Sólo dos púlpitos audiovisuales se abrieron a los mensajes aspiracionales: TVN con el dominical Decisión ’70 y el Nueve con El Juego de la Verdad. Un reconocimiento a la seriedad e imparcialidad de Entrala, A pesar de que las conductas del trío fue distinta para entrar a los estudios. Ni Tomic ni Allende pusieron problemas. El Chicho, dando la mano al personal, hasta bromeó:
-Así que ustedes son los revoltosos.
-Aquí los únicos revoltosos son los actores de La Desideria In, replicó Igor.
Jorge Alessandri se negó a ir al Canal 9. Sus asesores estimaron arriesgado exponerlo a huestes marxistas que mandaban la estación. Exigieron realizarlo en Protab del Canal 13 que tenía estudios en calle Santa Rosa. Hasta allá debimos trasladar nuestra escenografía para trasmitir la convicción a la audiencia de que los candidatos habían grabado en iguales condiciones. Antes de empezar, su jefe de campaña, si mal no recuerdo, era Pitín Edwards, solicitó escoger entre seis sillones uno que permitiera a su postulante apoyar sin dificultad su mano izquierda ya que sufría una suerte de Parkinson. Argumento que consideré correcto. Al empezar la grabación, reparando que Entrala se encontraba a cuatro metros, el hijo del León de Tarapacá, le preguntó si desde ahí escucharía sus preguntas.
-No se preocupe, excelencia, siempre en el programa he tenido esta ubicación. Usted oirá perfectamente.
-Entonces, empecemos y espero que usted no me salga con algún brulote, sonrió el candidato más relajado.
-Puede estar tranquilo, don Jorge, en este programa nunca hemos ofendido a nadie. Aquí los políticos reciben un tratamiento caballeroso.
Fue el instante en que aprendí que en otros tiempos los brulotes eran barcos cargados de material inflamable destinado a incendiar naves de guerra fondeadas. Egregio amigo, a la hora de tu partida lamento que la prensa no te haya mencionado y agradezco, de paso, a oportunidad que tuve junto a ti de incorporar un galicismo al vocabulario.
