El hombre necesita vivir en sociedad al ser incapaz de satisfacer sus necesidades por sí solo, para lo cual se integra junto a otros para compartir normas que regularán su vida en múltiples aspectos. Esto significa una interacción con sus semejantes en todos los ámbitos del quehacer humano.
Surgen así, relaciones que pueden ser más o menos satisfactorias dependiendo del nivel de afinidad que se produzca entre los involucrados, cuya cantidad será variable según la relación que se trate; esto es, laboral, deportiva, educacional, vecinal, religiosa, política, etc. Entre estas, cuando se genera entre dos un sentimiento amoroso da origen a la vida en pareja, con la venida de los hijos lo que en definitiva conforma la familia, que sin duda es la institución madre de la sociedad toda.
Pero hay otra relación que no le va en zaga, que es la amistad, que reúne características muy especiales, e involucra a dos o más personas que comparten los avatares de la vida, bajo un recíproco apoyo constante, de manera de satisfacer lo mejor posible las necesidades de cada uno. Sin embargo, no se trata de declarar su existencia y la amistad está hecha. Para generarla es necesario cumplir con ciertos requisitos. Desde luego, como dice la RAE, es un sentimiento puro, sin intereses de ningún tipo, lo que complica el panorama, especialmente cuando surge el inevitable despertar amoroso de uno de ellos, echando por tierra el propósito descrito.
Otro requisito importante es crear confianza entre los involucrados, aspecto tan poco común hoy en día en que todos desconfiamos de todos, lo que se ha transformado en verdadera costumbre. Nos resulta particularmente difícil compartir con otro nuestros verdaderos sentires y pensamientos, de los que se derivan a su vez las principales afecciones que determinan el nivel de satisfacción que experimentamos en el diario vivir. En esas circunstancias, el confiar implica un largo proceso de constante y tortuosa evaluación, la natural incertidumbre y un resultado incierto.
Pero eso no es todo. La amistad supone que quienes la practican, tienen un verdadero interés por la suerte del otro, dispuestos a empaparse de sus problemas, para tratar de contribuir a la solución de ellos. Para esto, es imprescindible escuchar detenidamente sobre la situación del afectado. En este caso se repite lo dicho en el punto anterior. En este país nadie escucha a nadie, salvo los sicólogos que por ello obtienen una compensación. En las conversaciones habituales entre nuestros semejantes, vemos una seguidilla de relatos que se realizan por turno, en que se cuentan hechos reales o no, en que la figura del expositor sale favorecida ante una tibia reacción de sus oyentes. El escuchar con interés ha dejado de ser habitual, tal vez porque los problemas de cada uno, sobrepasan situaciones triviales como la descrita, cuyos protagonistas a su vez, no transmiten sus reales sentires.
Diversos autores, expertos en el tema, agregan además otros requisitos para configurar una amistad, como el respeto, por ejemplo, o el compartir intereses comunes, o un equilibrio intelectual entre sus miembros, todo lo cual dificulta aún más la posibilidad de establecer la relación, si bien no dejan de tener razón.
Dependiendo de los contactos de cada cual, durante la niñez y la adolescencia es donde se genera la mejor amistad, dado que se cumplen los requisitos enunciados. Además, se comparten las experiencias propias del crecimiento en que todo es nuevo, lo que va perfilando lo que será la actitud de vida para el futuro; principios, valores, gustos, costumbres, todos aspectos que nos acompañaran siempre y que, al compartirlos con quien vive la misma realidad, necesariamente generará una virtuosa complicidad. Ya viejos, tendrán la infinita satisfacción de recordar hechos cuyos únicos testigos serán ellos mismos.
Lamentablemente, esta amistad pura y fecunda se ve malograda con el tiempo por el inevitable distanciamiento provocado por diferentes opciones de vida, como los estudios, el trabajo, las familias, lugar de vida y otros, que van abriendo otras realidades que demandan tiempo, dedicación, preocupación, con lo que paulatinamente se pierde el contacto entre los amigos y muchas veces se transforman en un buen recuerdo, sin perjuicio de compartir a la distancia un estilo de vida común.
Ya maduros, las posibilidades de amistad se limitan fundamentalmente al círculo de actividades que desarrolle cada uno, lo que ciertamente se complica aún más con el paso de los años, en que esas opciones se hacen menos factibles. Dejamos de trabajar, decae el entusiasmo por participar en otros campos o lisa y llanamente no somos capaces de hacerlo, o ya no nos interesa.
Sobre la base de lo expuesto, cualquiera podría asumir que la amistad es una utopía dada los requisitos que se plantean, pero no, existe y es común encontrarla en todos los sectores de la población, tal vez sin tanta rigurosidad, pero cual más, cual menos, cuenta con amigos que le hacen más tolerable su diario vivir. Por lo demás, cada uno los tendrá según su saber y entender a los que poco importa la teoría sobre el tema; para ellos la expresión “es mi amigo” será suficiente.
Resulta habitual que nos jactemos de tener buenos y muchos amigos de la más variada índole, generados por contactos que se repiten, sea con compañeros de trabajo, el club deportivo, nuestro abastecedor de verduras, un carabinero, un vecino, todo lo cual nos hace sentir protegidos y acompañados. En este esquema, es posible también que, al recurrir a uno de estos amigos para solucionar un problema, la respuesta sea “no te preocupí viejito, yo te arreglo el problema” dicho con mucha convicción y seguridad, de lo que pueden pasar días o meses y la situación que nos aqueja se mantendrá inalterable, en tanto no cambiemos de benefactor o contratemos a un experto en el tema. En todo caso, la situación es poco frecuente.
Cualquiera sea la intensidad de la amistad o la forma en que cada uno la valore, estará siempre presente entre nosotros y podríamos redefinirla, haciéndola un poco más adecuada a nuestros tiempos, como la afinidad que se produce entre dos o más personas, que comparten buena parte de su tiempo, intercambian experiencias comunes y corrientes y enfrentan el diario vivir sobre la base de un criterio más o menos parecido.
Con lo anterior podremos convenir en que la amistad está viva. Sin duda que podremos graduar su intensidad según el caso dando satisfacción a todos; desde la simple afinidad que se produce entre dos adultos mayores en un escaño de la plaza, lo que les permite conversar animadamente, hasta la amistad total en que se intercambian experiencias sin omisiones de ningún tipo, se buscan solución a los problemas y se comparte sus resultados con igual entusiasmo.
En definitiva, dada su naturaleza, lo importante es que el ser humano necesita relacionarse con sus iguales, sea para conversar e intercambiar opiniones sobre cosas importantes o no; compartir con ellos en actividades que le son afines; participar en reuniones familiares, recreativas, celebraciones, paseos, en torno a una buena comida; o bien, para auxiliarse en el caso de sufrir situaciones fortuitas como accidentes, problemas de salud y otros, en que la presencia de un tercero puede resultar importante.
En este esquema, a nadie le faltará un amigo, cualquiera sea la intensidad de la afinidad que los una, lo que resulta trascendental para la vida en comunidad, por cuanto contribuye decididamente a que nos sintamos acompañados, estimados y escuchados. Nuestros reales sentires y pensamientos…deberán esperar.