Una situación humana digna de analizar.
Situación que se presenta cuando una persona deja de cumplir un compromiso con otra, por un acuerdo de palabra, o celebrado solemnemente por escrito y con testigos, como es el caso del matrimonio.
En esta última relación, las partes convienen libre y espontáneamente vivir juntos, bajo un régimen de dependencia y auxilio recíproco, impulsados por el amor que ambos se profesan al momento del acuerdo. En esta etapa, prima el convencimiento que todo se dará favorablemente y que cualquier inconveniente se solucionará sobre la base de la comprensión y buena disposición de ambos. Se consagra así, una unidad que pretende ser indisoluble, desde luego permanente y sin la participación de terceros.
La historia deja en evidencia, que esta relación lamentablemente no se proyecta de acuerdo con los deseos de los contrayentes, sino que el tiempo irá generando una suerte de acostumbramiento, en que todo se cumplirá en forma más o menos uniforme, sin grandes alteraciones ni sorpresas, dando origen a la rutina como norma de vida. Esto no tiene nada de negativo per sé, sino que es consecuencia natural del hecho de compartir todo en forma permanente. Además, se harán presentes problemas propios de la convivencia, habida consideración que los seres humanos tenemos gustos, pensamientos, sentires, que no siempre son coincidentes, con lo que se generará a través del diario vivir algún grado de frustración, insatisfacciones, postergación de ciertos anhelos, etcétera.
La situación descrita, que resulta común en nuestro medio, se desarrolla en general apaciblemente, sin perjuicio de las naturales diferencias entre las parejas, producto de distintos niveles económicos, sociales, culturales y otros, pero que no alteran un patrón común de comportamiento, que se inicia con igual entusiasmo y mucha fe en el futuro. Se suma a ellos la conformidad con los problemas que se presentan, los que también son comunes al resto. Surgen entonces sentimientos muy nobles como la resignación y comprensión de la situación, además de la valoración por lo logrado, todo lo cual nos lleva a sentirnos satisfechos y aceptar la realidad tal cual se nos presenta.
En estas circunstancias, por arte de birlibirloque, aparece un tercer o tercera protagonista, con el que deberemos compartir parte del tiempo, sea en el trabajo, reuniones sociales, deportivas, políticas, tiempos de viaje, etcétera. Este nuevo personaje, presenta como principal característica un cierto atractivo tanto físico como de comportamiento, además y muy especialmente, de un historial absolutamente desconocido, lo que despierta nuestra curiosidad, que inicialmente tendemos a idealizar.
Este relativo interés por el nuevo personaje apunta a conocer sobre sus hábitos y costumbres para efectos comparativos con la realidad que vivimos, aspecto que siempre nos inquieta en orden a determinar la posición relativa que ocupamos en esto de la felicidad. El punto es que a este tercero o tercera le ocurre algo muy similar sobre nuestra persona, con lo que ambos no rehuirán de estos encuentros que tan entretenidos resultan.
El problema adquiere ciertos visos inquietantes, cuando uno de ellos pasa a estar presente en forma frecuente en la mente del otro, lo que justificamos atribuyéndolo a un grado de mayor amistad adquirida con el tiempo, cierta empatía, o por el hecho de coincidir en varios aspectos sobre la vida, todo lo cual nos complace. En estas instancias, nos negamos a considerar siquiera la posibilidad de una atracción amorosa, tal vez porque la situación inconscientemente nos agrada, no derivará en hechos censurables y pasará a ser nuestro secreto, lo que nos hará sentirnos más vigentes. Total, no ha pasado nada y obviamente tampoco sucederá, dado el compromiso suscrito con antelación y los efectos catastróficos que son de prever el hacerlo.
Con el paso de los días, en algún momento viene el dramático e inevitable sinceramiento de los nuevos involucrados al compartir sus sentires. Inicialmente convendrán en la imperiosa necesidad de dar un corte inmediato al proceso de encantamiento, atendida su total improcedencia, con las consiguientes promesas de no ahondar en la relación y la adopción de ciertas medidas para producir un alejamiento entre ellos. Pero la mecha ya estará encendida y más temprano que tarde, conducirá a un nuevo encuentro, en que los argumentos esgrimidos perderán importancia. Esto último, producto principalmente de nuestra debilidad, característica sempiterna que nos afecta a lo largo del tiempo.
Consumada la relación, se inician los problemas, cuya intensidad dependerá de las características sicológicas de la nueva pareja, frente a un hecho en que confluyen el placer por una parte y la conciencia de estar realizando un acto reñido con toda norma moral o ética, y que afecta directamente a quien habíamos elegido para encauzar la vida en comunidad.
Tres son las actitudes que en estas circunstancias aparecen como las más comunes. Desde luego el rompimiento definitivo de tan infausta relación, lo que resulta poco probable dado el placer involucrado. Otra es la de declararse culpable en forma franca y directa, confesando nuestro pecado a quien hemos engañado. En este caso, desde luego la relación original habrá terminado indefectiblemente, sin perjuicio de otras consecuencias recurrentes en estos casos, como las derivadas de la violencia.
Una tercera opción, es la de mantener la nueva relación en el secreto más absoluto, incorporando algunas medidas de protección, como el cambio de nombre, celular exclusivo, lugares de encuentro adecuados y la mantención de una actitud en general a prueba de sospechas. Si todo se cumple, la relación podría ser duradera, pero el cargo de conciencia se hará cada vez más insoportable, con lo que la intensidad del placer se verá afectada. Por lo demás, bien cabe la posibilidad de ser descubierto infraganti, en cuyo caso sin duda se pondrá en juego la vida. Alguien decía que en esta última situación, la única opción era vociferar dramáticamente sorprendido “… ¡ qué hace esta mujer en mi cama ¡…” apelando a la comprensión de quien nos descubre, consciente que se afana por encontrar cualquier explicación a tan inesperado acontecimiento.
Sobre el tema de la infidelidad, muchas serán las opiniones, más o menos tolerantes, pero que su ocurrencia se produce desde siempre es una realidad evidente. En este sentido, sería conveniente autoanalizar nuestra disposición al placer, que cada vez se hace más atractivo, así como sobre las convicciones que nos animan en el cumplimiento de compromisos, aspecto algo alicaído en los últimos tiempos. En todo caso, deberemos mantenernos alerta ante la posibilidad de figurar como protagonista en este intrincado tema, si bien la actitud que en definitiva asumamos… está por verse.