El hecho más trascendente, admirable y sobrecogedor con que la naturaleza nos sorprende minuto a minuto, es el nacimiento de un nuevo miembro de la comunidad mundial, cualquiera sea el lugar en que se produzca.
Tal vez por su frecuencia no manifestamos nuestro asombro y perplejidad ante un hecho tan maravilloso, que analizado detenidamente nos lleva a concluir que se trata de un proceso perfecto, casi mágico.
Sin duda que la protagonista principal en esto es la mujer, que durante nueve meses va formando al nuevo ser en su interior, permitiendo su desarrollo y dotándolo de todos los cuidados necesarios con su propio sacrificio. Viene el alumbramiento y con ello adquiere la condición de madre, del que genéricamente llamamos hijo, pero que en forma aleatoria puede tratarse de un niño o niña, lo que contribuye eficazmente a aumentar nuestra admiración, entregado totalmente a la naturaleza, sin que medie para nada la voluntad de quienes lo engendraron.
Este singular evento genera en la mujer el instinto natural de seguir brindando las atenciones y cuidados al recién nacido, lo que perdurará hasta una separación definitiva con la extinción de uno de ellos. Se produce así, una nueva relación de ambos, ya con vidas separadas, en que la madre le dará su protección y apoyo incondicional ante sus éxitos o fracasos, entregándole siempre su amor en forma totalmente desinteresada.
Los hijos o hijas por su parte, a través del tiempo adquieren distintas actitudes hacia la madre. Con plena inocencia, en la etapa de la niñez, la dependencia es total y la veneración por la madre se hace evidente. Con la adolescencia, adquirido ya un perfil propio para enfrentar la vida o al menos así el hijo lo supone, se produce un cierto distanciamiento, incluso poniendo en duda las ideas maternas lo que en oportunidades lleva a la rebeldía. Luego la independencia se acrecienta al surgir para el hijo condiciones propias de vida al asumir responsabilidades mayores, todo ello con una formación sicológica plena.
Esta suerte de independencia se prolongará hasta que llega el momento en que el hijo se transforma en padre o madre y con ellos la madre en abuela, lo que motiva un nuevo reencuentro un poco por la conciencia del hijo respecto de la importancia de las madres por la experiencia vivida, como también por el apoyo, siempre necesario ante problemas de salud del nuevo integrante de la familia, o la necesidad que lo acoja para sus cuidados durante compromisos sociales o de otra naturaleza de los nuevos padres. La madre por su parte asiste encantada a estas situaciones, dado su natural instinto protector, que ahora se verá incrementado ante la presencia de un nieto o nieta.
Los contactos vuelven a ser frecuentes. Sin embargo, la actitud de independencia del hijo respecto de cómo enfrentar la vida en sus diversos aspectos se mantiene, lo que afecta la confianza en las opiniones de la madre, cuyas sugerencias considerará arcaicas y por ende no aplicables, sin considerar el proceso de sabiduría adquirido por ella con sus años de vida. Se produce un relativo distanciamiento, ya no en el aspecto físico sino de entendimiento, por lo que los temas de conversación se limitarán a la contingencia del momento en sus diversos aspectos, recuerdos de niñez, u otras trivialidades sin importancia.
Avanzada la vida, llega para el hijo o hija otra natural etapa que es el de la reflexión, ya terminado sus actividades laborales y en el que la soledad íntima lo invade. En él, la madre será uno de los motivos de atención y necesariamente tendrá que evaluar su comportamiento, con alguien que le dio la vida, le prodigó de todos los cuidados, educó y procuró orientarlo lo mejor posible para su adecuado desarrollo. Todo ello con un amor incomparable y un sacrificio rayano a veces en lo imposible.
El problema es que las faltas detectadas en el análisis ya no serán posible de subsanar. Lo hecho, hecho está. Tal vez si la mejor forma de compensar en alguna medida este sentir, sería la de visitarla, darle un fuerte abrazo y declararle su cariño y reconocimiento por los desvelos ocasionados. Con ello, la maravillosa mujer se verá plenamente reconfortada y pasarán al olvido posibles desencuentros.
Para los que nuestras madres ya no están, un emocionado recuerdo para ellas, con nuestros infinitos agradecimientos, admiración y un cariño eterno.