Durante el siglo pasado, una de las características de la cultura urbana fue la presencia de las Empleadas Domésticas, oficio destinado a servir de ayuda en las tareas en los hogares, especialmente para las mujeres o dueñas de casa, que en su gran mayoría permanecían en ella, dejando a los hombres con la obligación de procurar recursos para la subsistencia de la familia, con el desarrollo de distintas actividades en el mundo laboral.
Si bien esta actividad apareció en tiempos de la Colonia, fue en este período que adquirió importancia y en la mayoría de los hogares de nivel alto y medio, estas trabajadoras figuraron como protagonistas. Oficio desarrollado por mujeres jóvenes, con poca formación, pobres, cuyas expectativas para su sustento por otro medio eran muy escasas. Muchas de ellas provenientes del mundo rural, con la agricultura como actividad principal, que naturalmente estaba reservada para los hombres.
Hasta bien avanzado el siglo, estas labores eran variadas y demandaban tiempo y sacrificio. Entre otros, el aseo del piso, limpieza de ventanales y muebles, ordenar, cocinar, lavado y planchado de ropas, regado de plantas, y como si esto fuera poco, el cuidado de niños, que en esos tiempos no eran pocos, incluido el salir a pasear con ellos a la plaza por las tardes.
Las labores operativas eran realizadas prácticamente con las manos a falta de elementos que facilitaran esas tareas, que se limitaban a una escoba y un trapo, más algunos detergentes y jabones muy poco efectivos, todo lo cual demandaba mucho tiempo para la ejecución de cada uno de esos deberes. Como consecuencia de ello, la modalidad de trabajo se hacía “puertas adentro”; esto es, que la trabajadora viviera en la casa, para lo cual disponía de un pequeño dormitorio con baño. Esto generó que las casas y departamentos se construyeran considerando la “pieza de empleada” que hasta hace muy poco seguía siendo una dependencia obligada, si bien en la actualidad se le da un destino distinto, por cuanto este tipo de servicio ha cambiado notoriamente.
La joven trabajadora que se incorporaría como nueva habitante de la casa, hacía imperioso que tuviera excelentes antecedentes, recurriendo para ello a las recomendaciones de empleadores anteriores, o por el dato siempre efectivo de personas de confianza que la conocieran. Por lo demás, era común encontrar las llamadas “Agencias de empleo” cuyo objetivo era servir de enlace entre las partes, que diera garantía de satisfacer los intereses de ambos.
Incorporada a su trabajo, venía el proceso de enseñanza por parte de la dueña de casa sobre cada actividad que debía realizarse, tanto sobre su objetivo como sobre la adecuada forma de cumplirla. Con el tiempo, si todo marchaba satisfactoriamente, inevitablemente se generaba un acercamiento entre la trabajadora y cada uno de los miembros de la familia, despertando entre ellos nobles sentimientos, una mayor confianza, acostumbramiento por parte de la primera, con lo que perdía su condición de extraña para pasar a ser un miembro más de la casa, aceptada y querida. Surge aquí una nueva denominación que los niños le asignaron a este especial personaje, que es el de “Nana”, con una connotación claramente familiar, lo que motivó su permanencia en el hogar por muchos años y una relación aún más estrecha, que se mantuvo en el tiempo, entre esos niños ya maduros y la mujer ya entrada en años, terminada la relación laboral.
La incorporación masiva de la mujer al mundo del trabajo, los adelantos tecnológicos que han facilitado extraordinariamente las labores domésticas y la participación activa del hombre en esos menesteres, como así también a los derechos conquistados por las mujeres en esta materia, han hecho perder vigencia a las empleadas domésticas tal como las conocimos. Esta actividad, hoy se ve limitada a unas pocas horas una vez a la semana, con un contacto mínimo entre las partes.
Naturalmente, que el efecto señalado habla del progreso como su principal causante, por lo que debemos sentirnos reconfortados. Lo anterior no obsta para que los que fuimos protagonistas de la maravillosa relación vivida con nuestra nana, las recordemos con profunda emoción, especial admiración, eterna gratitud y el cariño de siempre.