Resulta difícil entender a la clase política. Aún más, es notoria la distancia que existe entre lo que los ciudadanos desean y lo que los políticos creen que la población necesita.
He vivido harto y nunca advertí una situación similar. Hay un divorcio total entre los ciudadanos de a pie y sus necesidades y lo que los parlamentarios creen que es necesario legislar, para satisfacer a los gobernados.
Ahora, lo peor es que no se vislumbra que esta desconexión se supere a la brevedad, ni mucho menos.
En la actualidad y después de las últimas elecciones, se advierte que los votantes apoyan a las personas y no a las políticas partidarias ni a ideologías caducas, que hoy representan al mínimo de nuestros compatriotas.
Baste señalar que la reforma previsional, descansa en el Parlamento por más de catorce años, la educación no logra superar sus falencias, las largas filas de personas que son tramitadas por el sistema de salud; muchos han fallecido, esperando atención médica.
La vida está muy cara y los sueldos no se reajustan como debieran y así suma y sigue. Cuántas cosas más nos entregarían felicidad y paz personal, pero pareciera que al Parlamento eso no le interesa.
Por suerte, el próximo año hay elecciones y ahí la mayoría nos dice cosas que nos permiten volver a soñar. Después, no los vemos más y descubrimos que los sueños, sueños son.
Y no hay más.