Existe verdadero consenso en que el fumar es una estupidez, por varias razones.
El hacerlo se origina por un acto de emulación, en especial cuando somos niños en que no existe otro incentivo que el echar humito. Ya más crecidos, nos sentimos deslumbrados por aquellos con pocos años más, que nos parece se desenvuelven con mucha gracia luciendo su cigarrillo, junto con experimentar un enorme placer tras cada bocanada. Con ello dan la impresión de tratarse de personas ya mayores, echas y derechas, lo que también, por una estúpida razón, representa el mayor anhelo de los jóvenes, despreciando así el encanto de la vida en esas instancias.
Los inicios del proceso de convertirnos en fumadores, son particularmente desagradables, por cuanto trae consigo una serie de efectos muy negativos, como los excesos de tos, un pésimo gusto en la boca, que nos hace recapacitar sobre continuar con la aventura. Pero no, el objetivo de ser como los demás es más fuerte.
Otros aspectos avalan esta primera impresión, como el costo que significa el fumar, que es altísimo, cuyos recursos bien podrían ocuparse en productos más atractivos o dramáticamente necesarios. Es curioso, pero cada alza en el precio de los cigarrillos, es tal vez la única que no genera protestas, sin duda producto de la falta de argumentos para rebatirlas, tratándose de una acción reconocidamente estúpida. De nada valen tampoco, las múltiples campañas para no fumar, que dejan en evidencia los perjuicios para la salud que provoca el cigarrillo, con imágenes macabras de sus efectos, que por ley aparecen en las propias cajetillas.
En este punto resulta oportuno tener presente, la definición de la RAE sobre el significado del término estupidez, que no es otro que “torpeza notable en comprender las cosas”, a lo que se suman algunos sinónimos como la tontera o la idiotez. Pareciera entonces que esta primera conclusión para calificar el acto de fumar resulta del todo acertada, por lo que podríamos concluir en que los que fuman son estúpidos, idiotas o lisa y llanamente tontos.,
Sin embargo, el propio texto que regula nuestro idioma, nos entrega algunos antónimos de la estupidez, figurando en primer lugar la inteligencia, es decir, lo absolutamente opuesto a la definición ya referida. Siendo muy honestos, no podemos negar la existencia de personas muy destacadas a todo nivel y obviamente inteligentes, que son fumadores empedernidos.
Por extensión, de acuerdo a lo que vemos día a día, podemos concluir en que fuman hombres y mujeres, ricos y pobres, religiosos y los que no lo son, políticos y normales, y, en fin, de todas las condiciones sociales de nuestra comunidad.
Del grupo de los fumadores, cabe distinguir entre aquellos que podríamos calificar como moderados, que consumen menos de un paquete de cigarrillos al día y que sin duda son los que más disfrutan de la experiencia. Luego tenemos los excesivos, con más de un paquete al día, que difícilmente podrán dejar de hacerlo, salvo los diagnosticados con una enfermedad mortal. Por último, tenemos a los condenados, que largamente superan la cajetilla diaria, e incluso encienden un cigarrillo con la colilla de uno ya consumido casi totalmente.
Situaciones extremas, se presentan a diario. Una dama muy distinguida, una de las dueñas de una casa comercial de mucho prestigio, yacía en su lecho de muerte, rodeada por sus familiares más cercanos. Con un gesto de su mano, casi imperceptible, pidió a su hijo menor que se acercara y con voz desfalleciente, apenas audible, le pidió al oído “una chupadita”.
Ante la prohibición de fumar en lugares públicos cerrados, como restaurantes o centros comerciales, muchos decidieron no acudir más a ellos, con la depresión evidente de los dueños de esos lugares. También se exagera con ciertas medidas, como prohibir fumar en plazas e incluso en los estadios, en los que para un fumador es una imperiosa necesidad, ante los nervios generados por la incertidumbre del resultado de un juego.
Sin duda el fumar produce también un agrado o efecto positivo, rebajando el nivel de desesperación que a veces nos afecta por variadas razones, como así también luego de experimentar un placer, como una buena cena, un café, una grata conversación…y algunas otras.
En definitiva, convengamos en que el fumar es una estupidez, pero que genera también algunos agrados. Como olvidar, por ejemplo, una película que estuvo en exhibición por más de un año, en la que la estupenda Sarita Montiel cantaba sobre un diván: “fumar es un placer, genial, sensual; fumando espero al hombre que yo quiero…”