Solo el 1% de los chilenos confía en ellos
Según la última Encuesta Bicentenario – UC (2023), sólo el 1% de los consultados confía en los parlamentarios y en los partidos políticos. Es decir, el estamento de la política es visto por la ciudadanía con profunda distancia y recelo; no le tiene confianza, encuentra que es un segmento lleno de privilegios y que, en definitiva, carece de la mínima conexión con la realidad cotidiana y las angustias que afligen a las personas y las familias.
¿Cómo hemos llegado a esta situación? Se podría proponer una multiplicidad de causas, pero sin duda hay algunos factores que explican el fenómeno de manera más nítida y directa. Y entre ellos, los hay de orden material, como también de índole espiritual, cultural o moral.
Veamos primero el aspecto material. Si consideramos que en nuestro país la inmensa mayoría de los trabajadores ganan el salario mínimo o un poco más, no puede resultar más chocante e indignante que los congresistas gocen de sueldos de 9, 10 o incluso más millones de pesos. Este sólo dato los coloca de inmediato absolutamente afuera de la órbita vital de las personas comunes y corrientes, los segrega como una casta y los confina a un sector privilegiado de la sociedad, ajeno por completo a los problemas, anhelos e intereses de esta. Se trata de una distancia insalvable que no se puede disimular o atenuar, porque las personas de a pie, los trabajadores, esa realidad humana que ciertos políticos llaman pomposamente el pueblo, sencillamente viven un mundo muy diferente, que no tiene nada que ver con semejantes seducciones del poder.
Lo mismo se aplica a falanges de funcionarios muy bien remunerados, cuyas funciones en muchos casos son superfluas, prescindibles o improbables, pues podrían eliminarse perfectamente y el país funcionaría igual, que incrementan la burocracia estatal y atrofian el funcionamiento de la administración.
En la esfera cultural, la distancia de esta clase respecto del resto de los ciudadanos, se manifiesta también en el contenido de los discursos públicos de los dirigentes, que poco tienen que ver con problemas reales y concretos de la gente, y mucho más con consignas ideológicas que a las personas normales apenas les interesan, o simplemente no las entienden.
Por otro lado, en el plano espiritual o moral, nos encontramos con que buena parte de los miembros de este estamento privilegiado, no ha llegado a esas posiciones de privilegio por méritos propios, sino por su condición de militantes, operadores o amigos de algún cacique de pocos escrúpulos; o bien por pago de favores, o simplemente por la lógica del cuoteo político. Entonces, es evidente y naturalmente esperable que las personas de esfuerzo, esas que no gozan de ningún tipo de privilegio y que tienen que luchar cada día para subsistir y sacar adelante a sus familias, contemplen con impotencia y frustración, cuando no, irritación, la poco pudorosa danza de los millones que envuelve los devaneos de los políticos.
Tal sentimiento se hace incluso más intenso, cuando se considera que todo este espectáculo dispendioso de la política, se financia con recursos de todos los chilenos, de los ricos, los menos ricos y los pobres, y que, en realidad, no entrega a la ciudadanía un retorno equivalente en servicios dignos y protección social de calidad.