La impresión que dejan todos estos programas, sean matinales, atardeceres, nocturnos o lo que fuere, es su inutilidad sin beneficio alguno para la población. Se trata más bien de una apología a la divagación, falta de materia gris y en el que la autenticidad carece de importancia.
Hace ya varios años, un profesor norteamericano, muy distinguido, experto en Administración, planteaba que en las empresas hay dos tipos de personas: los tontos y los inteligentes, que a su vez podían actuar en forma rápida o lenta.
Al decir de los primeros, no se trata de personas con alguna deficiencia mental declarada, sino que con un rendimiento menos eficiente, pudiendo generar trastornos en la gestión colectiva
Respecto de los inteligentes rápidos, ideales para ocupar cargos de jefatura, con la solución de problemas en forma acertada y en poco tiempo. Sobre aquellos inteligentes y lentos, también muy útiles por cuanto analizan en profundidad cada situación para generar un buen resultado. En el caso de los tontos, aquellos lentos no producen efectos negativos al demorar su acción, permitiendo la participación de terceros y evitando así un problema. Sobre los rápidos, resulta imperioso prescindir de ellos en forma inmediata.
Extrapolando el criterio del profesor, bien podríamos hacerlo extensivo a las personas en general, más allá de la empresa. Habrá entonces algunos con un comportamiento ejemplar, seguras y confiables y otras más reflexivas y analíticas, pero no por ello carentes de atractivo. Por otra parte, aparecerán otras que despertarán, en un caso cierta desconfianza y en otras un franco rechazo, según el grado de desatino de sus intervenciones
Al respecto, cada uno podría autoevaluarse. Es obvio que el resultado sería que casi el 100% se ubicaría entre los inteligentes, repartidos entre rápidos o lentos. Ahora, aquellos que se definan como tontos lo harán por su acentuada condición de tales
Ampliando el panorama de nuestra particular investigación, nos encontramos con parientes y amigos, en donde seremos más objetivos, pero no totalmente por el sentimiento que nos liga con ellos. Resulta inimaginable que un hombre o mujer califique a su cónyuge como tonto, aun cuando le atribuya la condición de lento. Existen, eso sí, parientes o amigos que no son de nuestro agrado, oportunidad que aprovecharemos para ser implacables. Cabe tener presente que, en estos casos, resulta absolutamente necesario hacerlo mental y secretamente, sin dejar vestigio alguno como evidencia, ya que de lo contrario…vamos.
Liberados del cargo emocional que lo anterior significa, podremos con toda propiedad evaluar al resto de nuestros semejantes, limitados por el desconocimiento que tenemos de la gran mayoría. Pero hay algunos que sí conocemos y vemos o escuchamos a diario sea a través de la televisión u otros medios de comunicación. Aquí aparecen variados personajes, como locutores, periodistas, artistas, expertos en variadas disciplinas, además de los inefables políticos, que por su frecuente aparición, pareciera que forman parte del elenco estable del medio que se trate, dispuestos a conceder entrevistas, participar en foros, cocinando e incluso cantando. Como tienen tiempo y un muy buen nivel de ingreso en su calidad de representantes del pueblo, pueden darse estos lujos de distracción y esparcimiento.
Una de las características generalizadas de todos ellos, es tal vez la de considerar necesario, aparecer lo más atractivo posible para la audiencia. Consecuentemente, fluyen risas exageradas; argumentos que supuestamente debieran ser compartidos por todos, lo que está muy lejos de ser efectivo; aludir a experiencias personales de dudoso impacto; una tendencia clara a respetar lo que sus interlocutores plantean, evitando así posibles discusiones comprometedoras; y, en algunos casos, aventurar pronósticos, como son los referidos al tiempo sobre lo que nunca se manifiesta una disculpa por los errores, que no son pocos.
En el caso de los políticos, la situación presenta ciertos aspectos que le son propios. Desde luego, previo al programa, tendremos claro lo que dirá cada participante, de acuerdo con el partido al que pertenezca, en que manifestará un afán por distinguirse del resto, demostrando convicción y seguridad en lo que dice, atacando o defendiendo un proyecto dado según sea su posición y acusando a sus rivales como responsables de todos los males existentes.
La impresión que dejan todos estos programas, sean matinales, atardeceres, nocturnos o lo que fuere, es su inutilidad sin beneficio alguno para la población. Se trata más bien de una apología a la divagación, falta de materia gris y en el que la autenticidad carece de importancia.
Naturalmente hay excepciones, como son los escasos programas sobre ciencia o cultura, en los que no hay culpables en juego, pero aprendemos cosas interesantes. Asimismo, ocurre con la transmisión de un partido de fútbol con imágenes en directo, en donde no hay misterio por resolver, si bien sus conductores insisten, majaderamente, en explicarnos sobre algo que desde luego ya hemos visto y tenemos clara su ocurrencia y sus causas.
Pero ya todos tenemos claridad sobre sus virtudes y defectos de manera que no cabe sino el calificar objetivamente a cada uno de los que están al alcance, producto de lo cual, tendremos que optar por dejar de ver o escuchar a aquellos que ofrezcan la condición de tontos en cualquiera de sus niveles y, en el caso de los políticos además, desde luego no votar por ellos, ya que de lo contrario, tendríamos que revisar nuestra autoevaluación.