En mis sesenta y cinco años viendo televisión chilena, jamás los meteorólogos tuvieron tanta importancia. Para alcanzar la cifra considero el nacimiento de los canales católicos: el 21 de agosto de 1959 el santiaguino, al día siguiente el de Valparaíso.
Ya antes de las catástrofes pluviosas vividas recientemente, habían alcanzado preponderancia en las programaciones de los canales. Imperceptiblemente los climatólogos -también reciben esa denominación- más allá de las atroces desgracias masivas empezaron a ganar espacios. Habrá que reconocer que en su presencia ha incidido la preocupación universal por los cambios climáticos producto de la estulticia y ambición humana.
Su impacto social es tan grande que no se concibe segmento televisivo sin su voz autorizada. Los demanda mañana, tarde, noche. Gracias a sus conocimientos copan los horarios. En una programación chata, copiona de esquemas foráneos, decidida a poner trabas a la creatividad, originalidad, identidad, caracterizada por ramplonerías y estupideces, silenciosamente se transformaron en un producto informático-educativo de primera necesidad.
¿Habrán reparado en ello los directivos de las estaciones comerciales? ¿Su significativo aporte es sólo producto del azar? Recordando el estilo de antiguos meteorólogos me inclino por esta última alternativa. Se les llamaba Hombres del Tiempo; a ellas las Chicas del Tiempo. Su modo de expresarse, pararse frente a cámaras era muy distinto: sonrientes, casi estatuarios, sin despegar los brazos del cuerpo, mensaje preciso y ¡Hasta mañana, si Dios quiere!
Hago algo de justicia. Nombro a los pioneros del Trece y Nueve (hoy, Chilevision): Willy Duarte, Pedro Concha. ¡Perdón si faltan algunos! Después los parlanchines y desenvueltos Antonio Márquez y Jaime Campusano que se explayaba con El Tiempo y algo más. Entre ellas, todas glamorosas y juveniles: Gina Zuanic, María Virginia Escobedo, Loreto Delpín e incluso Gabriela Velasco que desde las bajas temperaturas y días soleados llegó a animar el Festival de la Canción de Viña del Mar.
Fue una generación que, dentro de las limitaciones de sus breves minutos enfrentando lentes y conversando con el efecto croma key de fondo, manifestó una cierta naturalidad en su desenvolvimiento. Sin embargo, a comienzos del Tercer Milenio todas las informadoras de vaguadas costeras y vientos huracanados comenzaron a expresarse y moverse de la misma manera ¡Cual traje cortado por la misma modista! La maestra impuso un estilo de hablar, mandó la sonrisa cosmética, una forma de mover los brazos, un ritmo de desplazamiento. Uniformidad total en las estaciones. Ver a una o uno era lo mismo. ¡Quien rompió el molde: ¡Luis Weinstein! Gracias a su informalidad, simpatía, su impronta distendida se convirtió en ídolo.
Hoy no aparece en pantalla, optó por su pasión fotográfica, pero abrió el camino a Alejandro Sepúlveda, Jaime Leyton, Gianfranco Marconi, Eduardo Sáez. El cuarteto revolucionó la forma de transmitir el tiempo en la TV convirtiéndolo en un sorprendente y ameno estilo de animación transformando el espacio en un pequeño show. Mérito materializado tanto en su expresión oral y gestual, plena de desenvoltura y empoderándose del set, así como en la producción técnica de sus mensajes y la contundente calidad de sus contenidos. Informan, enseñan, entretienen.