Desde hace ya bastante tiempo mantengo una posición de espectador de la política contingente, debido a que el mundo político se ha chacreado, con posiciones pequeñas, arreglines de última hora, situaciones inentendibles, algunas coimas inaceptables, el apoyo económico de empresas a determinados candidatos, a los que posteriormente se les pasa la cuenta y tantas otras cosas que llaman a la rabia y al enojo.
Ahora, ser independiente no significa borrarse del mundo político, al contrario. Yo sigo con interés la vida pública de mi país, lo que sucede es que no pertenezco a partidos ni movimientos actuales, donde – quiéranlo o no- el fanatismo asoma como estandarte. Los partidos tradicionales, siguen basados en ideologías anticuadas que no responden a las necesidades del siglo XXI y muchos pensadores han quedado obsoletos, con el paso del tiempo. Eso es necesario aceptarlo y no seguir amarrados a slogan y clichés que ya no representan a nadie y, lo que es peor, no solucionan nada. La vieja división entre izquierdas y derechas, nos parece fuera de foco y de un pasado imposible de revivir. El mundo moderno es otro, plagado de desafíos que tienen que ver con el medioambiente, las riquezas naturales y tantos otros conceptos que el modernismo nos hace encarar, sin postergaciones.
Es indispensable proteger a los trabajadores que siempre han cargado con el peso del crecimiento y no con sus beneficios. La solidaridad, palabra muy usada ahora último, hay que hacerla efectiva y proteger a los más vulnerables con equidad y legislar para ayudarlos con medidas concretas y no con un sueldo mínimo que no les alcanza.
Está bueno ya. ¿Hasta cuándo? Los parlamentarios, donde muchos llevan más de 20 años, deben renovar la clase política. La actual ya está agotada y no tiene más que dar.
¿Para qué seguir? Soy independiente y me parece que es lo más recomendable en un país confundido y que muchas veces pareciera que no sabe para donde va.
Soy independiente con la gracia de Dios.
Alfredo Lamadrid B.
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