Todo cambió y sin duda nosotros también.
El barrio de nuestra infancia quedó para siempre en nuestro recuerdo, junto a los amigos que acompañan -casi sin querer- nuestra niñez y la adolescencia, desapareciendo posteriormente de nuestras vidas.
El almacén de la esquina, atendido por ese personaje que nunca olvidamos. El cine del sector, con las funciones populares de los días lunes. Un poco más allá, o más acá, la botica con los remedios del ayer.
La esquina, por donde pasaba el viejo microbús que nos transportaba al colegio y que en su interior lucía leyendas tales como “Pague con sencillo” o “Dios es mi copiloto”. En el barrio, también estaba el zapatero remendón y el sastre que nos confeccionaba la tenida de fin de año.
Además, había una librería, una botillería y una fuente de soda.
Entre estos lugares del barrio, se daban nuestras conversaciones intrascendentes, los primeros pololeos, las exigencias que nos imponía el colegio y nuestros paseos al parque más cercano, donde jugábamos una pichanga que duraba hasta que el dueño de la pelota se tenía que ir.
¿Para que seguir? Todo eso quedó atrás. Lo derribó el progreso, que nada tiene que ver con la nostalgia y los recuerdos. Todo cambió y sin duda nosotros también.